Erich von Däniken:
Viaje a Kiribati - extraterrestres
1. Detecciones en
las islas de Kiribati
1.2. Orientarse en Kiribati - el atolón de Tarawa
Mapa de la isla (atolón con muchas islas) de Tarawa
(Tarowa) [1]
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Kiribati, granja de algas marinas [3] |
Erich von Däniken con el guía Teeta (p.33)
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de: Erich von Däniken: Viaje
a Kiribati; Ediciones Martínex Roca, S.A.; Gran Vía, 774,
7º; 08013 Barcelona; ISBN: 84-270-0684-5
presentado por Michael
Palomino (2011)
1.2. Orientarse en Kiribati - [el atolón de Tarawa]
[Llegada en el atolón de
Tarawa - nuevo idioma - taxi improvisado]
El Boeing 727 de la AIR NAURU debía despegar a las cinco
y media de la mañana del 15 de julio con destino a Tarawa, la
mayor de las Kiribati. Pero despegó una hora más tarde. Pronto
aprenderíamos que el tiempo tiene allí una importancia muy
diferente que en nuestro mundo vertiginoso y neurótico.
Unas indicaciones
sobre las islas del atolón de Tarawa, el atolón
principal de la república de Kiribati
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Mapa de la isla
(atolón con muchas islas) de Tarawa (Tarowa) [1]
También se
escribe Tarowa. Ese atolón tiene apr. 50.000
habitantes (en 2011), mayormente micronesios, y es
el atolón principal de la república de Kiribati de
hoy. Ciudad principal es South Tarawa. El atolón
de Tarawa tiene 16 islas poblados y 8 no poblados,
en total son 24 islas con una longitud de 39 km.
pero solo 32 km2superficie
en
total. Las islas del norte al sur son llamados
"North Tarawa" (Tarawa del Norte), y las islas sel
este al oeste son llamadas "South Tarawa" (Tarawa
del Sur) . El centro administrativo de la
república de Kiribati está en la isla de Bairiki
en el sur. Unos ministerios están tb. en Betio y
en Bikenibeu (tb. Bikenebeu), otro en Kiritimati
[web01] en las Islas de Líneas [web04]. Por el
cambio climático y el aumento del nivel del mar
muchos pobladores del norte pierden su territorio
cambiando al sur. El gobierno inicia con la
fortificación de la costa [web01].
Betio: La isla de Betio en el sudoeste tiene el
puerto y tiene la ciudad más grande del atolón,
Betio ciudad que tenía un crecimiento enorme en
los años 1970s y fue el lugar más poblado del
mundo en los años 1980s. Betio también fue el
sitio donde fue la batalla de Tarawa en la Segunda
Guerra Mundial y hay todavía muchos barcos viejos
destruidos [web02].
Bonriki: Es la isla más grande del atolón de
Tarawa con el aeropuerto [web01] pero tiene solo
apr. 2.100 habitantes [web03].
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Kiribati, la playa en la isla Betio [2]
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Kiribati, granja de algas marinas [3]
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Kiribati, cosecha de conchas gigantes del mar [4]
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Kiribati, juego en grupo [5]
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Kiribati, una isla no poblada con golondrinas del
mar [6]
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El parlamento de Kiribati en la isla de Tarawa con
dos playas, una con olas y otra sin olas, la laguna
[7]
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En total ese
paraíso está hoy (2011) en peligro grande por el
aumento del nivel del mar, como Tuvalu, y hay
programas de emigración para Australia o Nueva
Zelanda [web01].
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A las siete nos veíamos en el diminuto aeropuerto de Tarawa,
entre gentes de piel cobriza o negra que iniciaban el día
alegremente y sin apresuramiento. No hicieron ningún caso de
nosotros. Nadie se precipitó a quitarnos las maletas de las
manos - como ocurre en los países árabes y sudamericanos -, ni
a conducirnos a rastras hacia un taxi en medio de un torrente
de palabras. Bajo el sol ecuatorial de la mañana, tuvimos la
sensación de estar claramente de más, nosotros y nuestros
equipajes.
En busca de la persona apropiada para mis intenciones, me
volví hacia un morenito que contemplaba con aire distraído
toda aquella actividad. Como todos los isleños, no llevaba más
que el "tepe", una tela cuadrada de muchos colores atada
alrededor de la cintura. Cuando me dirigí a él, sonrió y dijo
con voz gutural:
-- "¡Ko-na-mauri!"
Poco sospechaba yo, que no entendía nada, que aquel
"ko-na-mauri" pasaría a engrosar nuestro vocabulario aquella
misma mañana, ya que se trata de una fórmula de saludo como
"buenos días", más o menos. El isleño preguntó:
-- "You speak English?" [¿habla inglés Usted?]
El idioma heredado de la época colonial iba a sacarnos del
apuro. A mi petición de un taxi, sin embargo, respondió con
aire de conmiseración:
-- "No taxi here!" [¡no hay taxi aquí!]
Pregunté si había hotel, pues el pastor Kamoriki no me había
(p.23)
informado al respecto. Apesadumbrado, el muchacho explicó que
no había ningún hotel, aunque sí una casa de huéspedes del
gobierno.
-- "Wait here!" [¡espere aquí!] - exclamó, echándose a correr
con sus pies desnudos, sin que pareciesen dolerle las uñas de
los mismos, que tenía desmesuradamente crecidas.
El aparato de la AIR NAURU continuó viaje. Los que habían
acudido a recibir a sus familiares se marcharon. Otros, que al
parecer pensaban quedarse todo el día por allí, volvieron
hacía nosotros su curiosidad y se ofrecieron a ayudarnos.
Nosotros aguardábamos el retorno del muchacho, quien
finalmente se presentó con una desvencijada camioneta y nos
condujo al hostal Otintai.
El hotel Otintai /
Otintaai
El hotel Otintai / Otintaai en la localidad de
Bikenebeu en la isla de Bonriki, mapa [8]
La localidad de
Bikenibeu en la Isla de Bonriki del atolón de
Tarawa, mapa [9] con el Hotel Otintaai (izq.),
con la comisaría (police station), con el
mercado (market), con el centro cultural
(cultural center), y con ministerios de medio
ambiente (environment), educación y salud
(health)
|
Bikenibeu está en
la isla de Bonriki, la isla más grande del atolón
de Tarawa donde se encuentra también el
aeropuerto. En la localidad de Bikenibeu está el
hospital y el museo cultural. En 2005 tenía apr.
6.100 habitantes. Bikenibeu está 1 metro sobre el
nivel del mar [web01]. Así en 50 años Bikenibeu no
va a existir más por el aumento del nivel del mar
cuando no pasa nada.
El hotel Otintai / Otintaai en Bikenibeu en la
isla de Bonriki [10]
Mujeres en Bikenibeu [11] |
Hombres en Bikenibeu [12]
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[El hotel Otintai y una
huelga]
Ocupaba la recepción un hombre que daba extrañas muestras de
nerviosismo. Gotas de sudor corrían por su abultada frente;
para sacárselas de los ojos usaba en abundancia de un gran
retazo de tela azul. En un inglés bastante comprensible nos
explicó que aquella tarde el gobierno decidía si también el
hotel iba a cerrar por causa de la huelga. A falta de
personal, se veía en la imposibilidad de alojar a nadie. Con
las debidas precauciones, traté de inquirir el motivo de la
huelga.
-- "La gente quiere trabajar más" - dijo con hastío, sacándose
de las cejas un torrente de transpiración.
-- "¿Que la gente quiere trabajar más?" - me asombré,
acostumbrado a peticiones de semanas de treinta o treinta y
cinco horas, de siete u ocho semanas de vacaciones, de retiro
a la edad máxima de sesenta años.
-- "¿Trabajar más?" - repetí.
El hombre nervioso explicó que en Kiribati los asalariados se
jubilaban a los cincuenta años, con la consiguiente reducción
de ingresos. Ahora los huelguistas querían conseguir que se
elevase a cincuenta y cinco años, por lo menos, la edad del
retiro. Debido a la mala situación económica no había en las
islas manera de buscarse un trabajo adicional, a falta de
industrias. La copra, las artesanías de los nativos y el
fosfato de la isla de Banaba constituían la reducida base de
las exportaciones; lo único que sobraba era personal.
|
Tarawa, un barco de
fosfato en el puerto de la isla de Betio (p.160-161)
Däniken indica:
<El fosfato,
único recurso de las islas [para la gran riqueza],
es objeto de una explotación desaforada. Grandes
cargueros lo llevan del puerto de Nauru a
Australia y Nueva Zelanda. ¿Por cuánto tiempo
todavía?> (p.160)
|
Después de la primera impresión del legada, se me ocurrió
pensar espontáneamente: ¿por qué deseaban trabajar más los
isleños? La naturaleza les da casi gratis cuanto se necesita
para vivir en paz (p.24):
mares llenos de pescado, palmeras para construir chozas, un
clima siempre cálido, y abundancia de nutritivos frutos. Pero,
desde que esas benditas islas se han visto favorecidas con un
gobierno y una administración, hay que exportar, se ha
implantado la noción de rentabilidad y se ha infiltrado el
bacilo de la "enfermedad inglesa", la huelga. La civilización
no trae la felicidad, en efecto.
El sudoroso encargado tuvo la amabilidad de guardarnos los
equipajes en un rincón detrás de su mostrador. Habría sido
penoso dejarnos caer en casa del párroco con todos los bultos
a cuestas (p.25).
[Primeras vistas e investigaciones]
El pastor Kamoriki, muerto
[Tarawa: playas - casas -
gente]
La isla de Tarawa es un típico atolón, la formación de corales
en herradura de los mares tropicales, asentada sobre una gran
profundidad y emergiendo escasos metros sobre el nivel de las
aguas. Entre Tarawa Norte y Tarawa Sur se halla la laguna,
unida con el mar por mangas naturales. La parte norte de la
isla sólo puede recorrerse en barca, porque las aguas penetran
en ella por todas partes, y está casi desierta. En la parte
sur la población es relativamente densa, y por allí nos
conduce la camioneta sobre la estrecha cinta de firme de
coral.
Casas e
indígenas del atolón de Tarawa en Kiribati |
|
Tarawa, playa
con casa (p.160-161)
Däniken
indica:
<Desde los tiempos más remotos, los
nativos hacen sus necesidades en la playa
de Tarawa, en chozas construidas sobre el
mar, a las que se llega por medio de
pasarelas de troncos no exentas de
peligro.> (p.160)
|
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Tarawa, casa
con palmera (p.160-161)
Däniken indica:
<Las
cabañas de los pequeños poblados están
enteramente construidas con los materiales
que suministra la palmera. Totalmente
abiertas, la mayoría constan de un solo
recinto, habitación colectiva para toda la
familia.> (p.160)
|
|
Sentados sobre nuestros equipajes, apenas distinguimos algunas
casas de piedra: edificios del gobierno, iglesias, el
hospital, las casas de algunos isleños acomodados. La palmera
suministra los materiales para la construcción tradicional,
una especie de "bungalow" hecho de troncos y abanicos de
palma. A menudo constan de un solo recinto; las familias con
más posibilidades las dividen en dos o tres recintos, pero el
"centro de comunicación" siempre es la sala o habitación
principal. Allí charlan, comen, cantan, duermen, y seguramente
también procrean, ¿dónde si no?
Pese a lo temprano de la hora y a la ligera brisa de la
marcha, el calor húmedo del ecuador hace brotar [salir] el
sudor de todos nuestros poros. La camisa y los pantalones se
pegan a la piel. El humo de algunas hogueras al aire libre
aromatiza la atmósfera, húmeda y salobre [con sal]. Nuestro
vehículo serpentea por entre palmeras, árboles del pan y
chozas. Los nativos nos saludan con la mano, y los niños
corren detrás de la camioneta. Tarawa de las Kiribati parece
una isla pacífica, pero hay huelgas.
|
Tarawa, niños
colgándose al Datsun pickup (p.160-161)
Däniken indica:
<Dondequiera
que nos presentásemos con nuestra camioneta
Datsun, los nativos nos acompañaban, alegres,
ágiles y siempre dispuestos a echarnos una mano...
cuando conseguíamos hacernos entender.> (p.160)
|
A la derecha contemplamos las aguas mansas [tranquilas] de la
laguna, y a la izquierda pequeños poblados, detrás de los
cuales rompen contra el arrecife las largas oleadas del
Pacífico, en monótono trueno que suena desde tiempo
inmemorial. Además aquí no hay estaciones. Todos los días, el
sol sale y se pone a las mismas horas.
|
Casa de indígenas en
el atolón de Tarawa, Kiribati (p.29)
<Pasamos por poblados dominados por el eterno
rumor de la resaca del océano Pacífico> (p.28)
|
|
Mujeres indígenas del
atolón de Tarawa en Kiribati (p.29)
<Hermosas
isleñas se sientan bajo las palmeras, a la puerta
de sus cabañas, para preparar un condumio de
pescado seco.> (p.28)
|
Indígenas del atolón de Tarawa en Kiribati (p.25)
<La naturaleza
les sirve en casa a los isleños cuanto necesitan
para vivir. Densos palmares proporcionan el
material para la construcción y los alimentos
básicos.> (p.25)
Casa con chicas indígenas (p.37)
<Los
nativos viven en cabañas de palma abiertas a
todos los vientos. A cualquier hora del día se
ve a mujeres, niños y vecinas en tertulia
[grupos].> (p.37)
|
[La casa del pastor Kamoriki
- el muerto pastor - pero hay hijos]
Nuestro muchacho estacionó la camioneta frente a dos casas
pequeñas sin revoque. Tras las ventanas abiertas vimos moverse
unas cortinas de color rosa, cosa no vista hasta entonces y
que no volveríamos a ver en ningún lugar del archipiélago.
-- "Aquí está la casa del
pastor Kamoriki" - dijo nuestro conductor (p.26).
Desde una ventana nos observaban dos mujeres jóvenes y una
anciana; cuando reparamos en ellas, se desvanecieron como
apariciones.
|
La casa del pastor
Kamoriki (p.160-161)
Däniken indica:
<Aparte los
escasos edificios gubernamentales y
administrativos, la casa de los Kamoriki es de las
pocas construidas de piedra. Pequeña, pero
rebosante de hospitalidad.>
|
La casa no tenía puerta. Sólo una cortina velaba la entrada, y
como estaba recogida pudimos echar una ojeada al interior. A
la derecha, en la habitación grande, había una cama antigua,
de grandes dimensiones, cubierta por una gasa mosquitera.
Parecía haber conocido tiempos mejores. Las otras dos
habitaciones estaban desamuebladas, por lo visto. Nuestro
conductor entró en la casa y parlamentó con una de las
mujeres. Su rostro jovial adaptó una expresión compungida.
Salió despacio y se notó que le costaba repetir lo que
acababan de decirle:
-- "Reverend Kamoriki is
dead!" [capellán Kamoriki está muerto].
Un golpe [fue eso]: el reverendo Kamoriki ha muerto. Recordé
la letra temblorosa de su amable carta, que era la de un
hombre muy anciano. En la suya, el reverendo Scarborough había
mencionado el nombre de otro colega. Hice la pregunta. En
efecto, nos dijo nuestro cicerone, el pastor Eritaia vivía en
la casa de al lado, pero era un señor de edad muy, muy
avanzada, y con toda seguridad no recibiría a nadie. Luego
preguntó si no podríamos arreglarnos con los hijos de ambos
reverendos, tras lo cual nos condujo al patio de la otra casa.
Un hombre de unos treinta y cinco años, de color café y con la
espesa mata de pelo negro de todos los isleños, estaba
acuclillado sobre una estera de palma. Cuando fuimos a sacarle
de su meditación se puso en pie y saludó con leve sonrisa:
-- "Ko-na-mauri."
-- "Good morning, sir" [buenos días, señor] - respondí.
[El guía Bwere - meses para
ver todo - pero la huelga bloquea todo]
Bwere, el hijo de [del párroco] Eritaia [colega del muerto
párroco Kamoriki], entendía y hablaba muy bien el inglés, de
manera que pude contarle lo de mi correspondencia con el
reverendo Scarborough y la carta del párroco Kamoriki. Le
expliqué mis intenciones diciendo que me interesaba la
mitología de la isla, y que había emprendido el largo viaje
para contemplar los lugares misteriosos. Bwere consideró a sus
visitantes con aire de indiferente superioridad: Willi y Rico,
a mi espalda, sudaban en silencio mientras yo explicaba los
propósitos que nos traían allí. Terminada la inspección,
preguntó:
-- "¿Cuánto tiempo pensáis quedaros en las islas?" (p.27)
-- "Como una semana" - contesté ingenuamente, mientras pensaba
que en caso necesario podríamos prolongar la estancia.
Bwere se dejó caer sobre la esterilla de palma, aunque sin
abandonar el aire de superioridad. Primero empezó a sonreír
finamente; luego nos lanzó otra ojeada interrogadora, y
finalmente se echó a reír sin disimulo.
-- "¡Una semana! ¿Estáis locos! Pero ¿adónde vais vosotros,
que no sabéis la medida del tiempo? Queréis averiguar tantas
cosas importantes, ¡y sólo tenéis una semana! Para visitar
nuestras islas, que están repartidas en medio del mar,
¡necesitáis meses, y no semanas!"
Ahora nos consideraba con enojo:
-- "Tumbaos un poco bajo el sol, y volved cuando tengáis más
tiempo... Además, mientras dure la huelga tampoco podréis
hacer nada; no hay habitación en el Otintai, ni medios de
desplazamiento, ni nada..."
[La pregunta para una
biblioteca y para pistas - la huelga bloqueando el tráfico
de AIR TUNGA-RU]
Tuve que enfadarme [enojar] conmigo mismo, con nuestra manera
de vivir afiebrada [con fiebre], con la tiranía del
calendario, con las obligaciones profesionales, familiares y
financieras que nos aprisionan como telarañas. Bwere tenía
razón. Pero allí estábamos, y no era pequeña excursión, conque
nadie nos impediría localizar los objetivos de nuestro viaje,
verlos y verificarlos. A pesar de la huelga y aunque no
pudiéramos dedicarles meses. El reverendo Scarborough nos
había recomendado mucha diplomacia en los tratos con los
nativos. Pasé rápida revista a cuanto acababa de decir. ¿Tal
vez mis respuestas excesivamente directas habían incomodado a
Bwere Eritaia? ¿O tal vez los secretos de las islas eran
objeto de un tabú y no debían ser vistos por extranjeros?
Traté de utilizar la diplomacia:
-- "Lo poco que hemos podido ver de esta maravillosa isla nos
ha impresionado mucho. Vuestros compatriotas son gentes
amables y prontas a prestar ayuda. Lamentamos no poder
quedarnos más tiempo, y además no queremos causar ninguna
molestia. Nos conformaríamos (p.28)
con saber si existe una biblioteca en la escuela, por ejemplo,
en donde podamos informarnos sobre la mitología de las islas.
Quedaríamos muy agradecidos."
Olvidando su furor de instantes atrás, Bwere se sonrió de
nuevo: él mismo era el encargado de asuntos culturales del
país. Las bibliotecas y archivos eran de su incumbencia, y
estaba dispuesto a abrírnoslos y ayudarnos a buscar otras
fuentes de tradición.
Se había logrado la primera meta parcial, quizá la más fácil.
Recordé algunos islotes del grupo micronesio de las Carolinas,
al norte del ecuador, que había visto; allí hay pistas
naturales donde se puede aterrizar con pequeños aviones a
hélice. ¿Existen pistas semejantes en las islas Kiribati?,
inquirí cautelosamente.
Con visible orgullo, Bwere nos informó de que las islas
grandes tenían pistas naturales; una pequeña compañía, la AIR
TUNGA-RU, atendía una ruta regular entre ellas. Pero no ahora.
La huelga tenía inmovilizados todos los aparatos, y si
queríamos probar a ver si el piloto se atrevía a romper la
consigna, allá nosotros, pero no era cuestión de hacernos
demasiadas ilusiones...
Avión de Air Tungaru / Air Tunga-Ru [13] con la bandera de
Kiribati en el alerón.
Una belleza de generosas formas salió de la casa y presentó a
Bwere tres cocos. Él los abrió con hábiles golpes de machete y
nos ofreció las mitades, llenas de líquido refrescante. Aparte
la pulpa, que es rica en vitaminas, asombra cuántas cosas
pueden hacerse con las cáscaras: recipientes, floreros,
lámparas de aceite con mecha de fibra, y hasta sujetadores
para las jovencitas.
Leche de coco y tertulia
[Lección con guía Bwere sobre
Kiribati: idioma - origen]
Con un gesto, Bwere nos invitó a tomar asiento sobre las
esterillas de palma, e inició un cursillo de introducción a
las cosas de su país. Él y sus paisanos, dijo, eran
micronesios, pero hablaban un idioma de la familia melanesia.
Sobre el origen de los kiribati, agregó Bwere en tono
doctoral, existían varias teorías:
-- los primitivos antepasados habrían venido de Indonesia, y
en aquella zona subecuatorial se habrían mezclado con una raza
aborigen de piel oscura, según algunas;
-- según otras, habrían emigrado del continente sudamericano;
-- por último, estaban las que atribuían la descendencia
directamente a seres deiformes (p.30)
que antaño habrían visitado las islas. Esta última hizo que
aguzara yo los oídos.
[Magia en Kiribati - el
legado británico Arthur Grimble - libros sobre rituales -
las iglesias destruyen las rituales]
Para los kiribati, la magia era parte integrante de sus vidas,
explicó Bwere. Aunque él era hijo de un párroco, y cristiano
practicante, sus ojos no dejaron de adquirir un fulgor
misterioso, casi diría fanático, pero Bwere no pasó de esa
vaga afirmación. No quise interrogarle para no destruir el
naciente clima de confianza; además, antes del viaje había
leído toda la literatura informativa que pude encontrar, y
hablaba mucho acerca de la magia en las islas.
A comienzos de nuestro siglo vivió en la colonia el legado de
la Corona británica Arthur Grimble, que aprendió el idioma de
los kiribati, participó de sus usos y costumbres, y supo
introducirse tan bien que alcanzó el gran honor de ser
admitido en el exclusivo clan solar de los Karongo, una
especie de logia local. Yo había leído el libro de Grimble
(nota 1: Grimble, Arthur: A Pattern of Islands [un diseño de
islas]; Londres 1970)
así como el de su hija Rosemary
(nota 2: Grimble, Rosemary:
Migrations, Myth and Magic from the Gilbert Islands
[migraciones, mito y magia de las islas Gilbert]; Londres,
Boston 1972),
que publicó, editados al modo científico, los escritos
póstumos de su padre. Sobre los rituales mágicos de los
isleños que nuestro amigo Bwere no quería comentar, ella
escribió:
<Tienen un conjuro para proteger los cocoteros; una fórmula
para poder robar los cocos del vecino, y otra para impedir ese
robo; existe un encantamiento para que el enemigo se envenene
con su comida, y otro que lo evita. Tienen una "wawi" o magia
letal, y una "bonobon" que es su antídoto.>
Hoy día son seis las iglesias que tratan de quitarles a los
nativos sus aficiones mágicas: los católicos, los
protestantes, los adventistas, los mormones, la Church of God
[iglesia de Dios] y los ba'hai, en dura competencia por la
salvación de las almas, la fuerza de trabajo y el escaso
dinero de los kiribati
(nota 3: Tentoa, Tewareka:
This is Kiribati - Curriculum Development Unit Offset [Eso
es Kiribati - desarrollo de una cronología]; Tarawa 1979).
Se incautan de su vida diaria, extirpan costumbres y usos
secularmente arraigados, animan a la procreación sin frenos
para acrecentar el rebaño de los fieles, y rivalizan a ver
quién construye el templo más grande.
A través de oscuras insinuaciones, el propio Bwere nos dio a
entender que esta evolución no le parecía demasiado positiva
para los suyos.
En donde aparece Teeta,
nuestro ángel salvador
|
Erich von Däniken con
el guía Teeta (p.33)
<Teeta,
nuestro ángel negro, hijo del pastor Kamoriki, fue
nuestra buena estrella en todos los caminos y
entre las calinas de la selva.> (p.33)
|
De pronto surgió entre nosotros un gigante descalzo, portador
de unos deshilachados "shorts" blancos. Bajo su camiseta, en
donde (p.31)
campeaba el rótulo "Teeta", respiraba un tórax ancho y
musculoso. Sus ojos negros reían como los de un niño mientras
aprovechaba la primera pausa de la conversación para tender la
mano a todos:
-- "Ko-na-mauri. I am Teeta,
the son of Reverend Kamoriki!" [Hola, soy Teeta, el hijo del
pastor Kamoriki].
El inglés resultaba difícilmente comprensible en su voz sonora
de barítono, demasiado gutural. Más tarde nos acostumbramos a
entenderle, pero de momento Bwere tradujo que Teeta y su
familia nos invitaban a cenar y nos ofrecían su hospitalidad
en casa de los Kamoriki.
Le manifestamos nuestro agradecimiento en términos de escogida
cortesía, rogándole nos permitiera comprobar la posibilidad de
obtener habitación en el parador Otintai, teniendo en cuenta
el gran volumen de nuestro equipaje y nuestro deseo de no
causar molestias. Para esta cautelosa negativa se necesitaron
diez veces más palabras que para la invitación de Teeta.
[Organizar un coche y un
albergo - limpiar el cuarto donde fue una fiesta]
Bwere nos condujo al [hotel] Otintai en un vehículo de reparto
Toyota. Cuando habló, al cabo de un largo rato de silencio,
evidenció su intención de ayudar:
-- "Es preciso que podáis
movervos por vuestra cuenta. Necesitáis un coche. Tengo un
amigo que alquila el suyo.
Sin esperar nuestra aprobación, frenó delante de una cabaña.
Junto a la misma, bajo un sombrajo de palma, se veía un
pequeño Datsun. Las Kiribati tampoco escapan al dominio
japonés. A cambio de un par de dólares australianos, pudimos
presentarnos en el hotel luciendo coche "propio".
El sudoroso gerente nos asignó las habitaciones 102 y 103 para
una noche. Al día siguiente se vería si era necesario
abandonar el hotel a causa de la huelga. Dicho esto pareció
llegar al término de su resistencia nerviosa, y nos entregó
las llaves. Después de transportar nuestros equipajes hasta el
primer piso, abrimos las puertas de dos habitaciones que
parecían corrales. Como buenos suizos, emprendimos
inmediatamente el aseo. Vaciamos papeleras hediondas [oliendo
feo], barrimos [limpiamos] el contenido de los ceniceros
volcados, recogimos cáscaras, colillas [cigarrillos] y jirones
de calzoncillos utilizando hojas de periódico, hicimos
colección de latas vacías, y tomamos con las puntas de los
dedos las mugrientas [poco sucias] sábanas y las toallas
pringosas [con grasa] para hacer con ellas un montón en el
corredor, a fin de que fuesen recogidas después de la huelga.
Sobre nosotros, el aire acondicionado murmuraba (p.32)
su canción monótona y nos soplaba un vientecillo fresco; por
eso, a pesar de todo, las habitaciones eran un oasis en medio
del bochorno [aire pesado]. Después de una limpieza a fondo,
abandonamos las habitaciones del parador [hotel turístico]
gubernamental y nos fuimos a cenar con los Kamoriki. ¿Tal vez
nos habíamos acercado un poco más a nuestra meta? (p.33)
[Fiesta con comida y bailes y canciones]
Velada en casa de la viuda
Kamoriki
La
viuda del pastor Kamoriki (p.160-161)
Däniken indica:
<La viuda del pastor Kamoriki nos invitó a
cenar: un espléndido banquete típico amenizado con
actuaciones folclóricas.>
|
Guía Teeta
(p.160-161)
Däniken indica:
<Teeta,
nuestro ángel negro, abre un coco de un solo
machetazo. El jugo es excelente para apagar la
sed, y la pulpa es alimenticia: fruto sanísimo de
múltiple uso> (p.160)
|
Teeta y Bwere se habían vestido para la ocasión, el uno con
una tela de flamígero [con llamas] color rojo, y el otro con
una de color azul marino. Antes de entrar en la casa nos
quitamos los zapatos y calcetines, pues (p.33)
todo el mundo iba descalzo, sin exceptuar a una señora anciana
que nos saludó con un apretón de manos y una gran reverencia.
Pronunció muchas palabras con voz melodiosa y nos hizo una
inclinación de cabeza, a la que correspondimos, mientras
tratábamos de colocar algunas fórmulas de salutación en
inglés, en lo cual no tuvimos éxito. Bwere nos comunicó en su
susurro que aquella señora era la viuda del pastor Kamoriki, y
madre de Teeta.
Nuestro amigo, como hijo bien educado, había atenuado el
volumen de su voz al nivel de un barítono de cámara. Fuimos
invitados a tomar asiento en tres sillas colocadas junto a la
pared izquierda, el mejor rincón de la casa, pues estaba
dentro del radio de acción de un ventilador. Bwere y Teeta se
sentaron a nuestro lado, con las piernas cruzadas.
[La entrada]
Empezó entonces una pantomima indescriptiblemente cómica.
Acurrucados en silencio, sin saber qué decir, parecíamos estar
incubando huevos de avestruz. El menudo y redondo rostro de la
viuda irradiaba cordialidad y alegría. ¿A saber si estaba bajo
los efectos de alguna droga hilarante? Entrecerraba los
ojillos con expresión de astucia y nos dirigía amables
cabezadas, a las que correspondíamos con inclinaciones por
nuestra parte. A veces, no sé si lo haría a propósito, se le
cerraba uno de los párpados como si nos guiñase un ojo. Y por
aquello de que adonde fueres haz lo que vieres, yo también le
guiñaba el ojo alegremente. Una escena como para ser vista por
el gran mimo francés Marcel Marceau: habría podido sacar de
ella un número desternillante para su programa.
[4 jóvenes entran y bailan]
La humorística representación fue interrumpida por cuatro
jóvenes bellezas, que entraron con pies tan ligeros, aunque
descalzos, que parecían marcar pasos de baile. Sobre las
esteras de palma color pardo claro desplegaron otra de muchos
colores. También ellas nos dirigieron muchas reverencias antes
de desaparecer en silencio unos instantes, para regresar en
seguida con fuentes y bandejas. Todo ello, acompañado de cinco
servicios, fue depositado en el suelo.
[La comida y discursos]
Olvidando nuestros modales por culpa del hambre, fijamos la
mirada sin disimulo en aquellos opulentos manjares, mientras
se nos hacía la boca agua: legumbres verdes, amarillas, rojas;
coco en diferentes preparaciones, crudo y cocido; batatas del
color de la miel; pescado hervido y asado; dados de carne en
salsas de hierbas; (p.34)
el fruto asado del árbol del pan, y arroz. Sólo el protocolo
impedía que nos arrojáramos sobre ellos.
Tres niñas encantadoras de seis o siete años se presentaron
ante nosotros sin timidez alguna y pusieron sobre nuestras
cabezas indignas sendas coronas de flores, de luminosas
tonalidades y aroma a jazmín y a orquídeas. Las diminutas
ninfas desaparecieron antes de que consiguiéramos darles las
gracias siquiera. Entonces se alzó frente a nosotros la viuda
Kamoriki con su vestido rojo estampado de florecillas blancas,
e inició un discurso que nos fue traducido por Bwere, y que
regresó con nosotros a casa, grabado en el magnetófono. La
viuda Kamoriki dijo:
-- "Mi difunto esposo, que
descansa allí afuera en el jardín, os ha ofrecido nuestra
hospitalidad, según es uso y razón. Él me encargó que os
diese la bienvenida según es uso y razón. Las coronas que
lleváis sobre vuestros cabellos significan amistad y paz,
según es uso y razón. Mis hijas se complacerán en guisar y
lavar para vosotros, y para mis hijos será un honor el
prestaros ayuda, según es uso y razón. Yo no soy más que una
anciana débil y corta de entendimiento, pero cumplo con la
voluntad de mi esposo según es uso y razón. Nuestra casa es
la vuestra, y nuestra familia está a vuestro servicio según
es uso y razón."
La señora Kamoriki se sentó, dirigiéndonos una sonrisa. Nos
conmovía la hospitalidad de aquellas buenas personas.
Reprimiendo mi hambre canina, me puse en pie para expresar
nuestra gratitud y asegurar que nosotros, viajeros de un
pequeño país al otro lado de la esfera terrestre, contaríamos
entre nuestras mayores felicidades la de poder aprender
durante nuestra estancia en Kiribati lo que no habíamos
aprendido hasta entonces. Pronuncié también unas palabras de
pésame por el fallecimiento del esposo y padre. Prometí que no
haríamos nada que hubiera podido disguastar al difunto
reverendo.
La vieja señora asintió amablemente y, con un gesto, nos
invitó a dar comienzo a la cena. Abandonamos nuestras sillas
para acuclillarnos en el suelo, como Bwere y Teeta, frente a
la estera que servía de mesa. Las apetitosas fuentes y las
repletas bandejas empezaron a circular. Con las propias manos,
nos servimos varias veces y en abundancia. Siguiendo nuestros
hábitos europeos, ofrecí primero a las mujeres, que estaban
acuclilladas más lejos, junto a la (p.35)
pared. Ellas se pusieron serias, y no volvieron a sonreír
hasta persuadirse de que la comida nos gustaba. ¡Y cómo! No
era necesario haber estado alimentándose de
"spaghetti-sandwiches" para juzgarla deliciosa. Cuando vieron
que ya no repetíamos más, pese a ser invitados repetidamente a
hacerlo, las mujeres se hicieron con los restos y empezaron a
masticar a su vez. ¡De haber conocido esa costumbre, habríamos
procurado contener nuestro apetito para dejar algo más de
comida!
[Fumador Däniken - proyectos
- y más bailes y canciones - la canción "Frères Jacques"]
Mientras comían las mujeres, encendimos un cigarrillo para
comentar con Teeta y Bwere las actividades del día siguiente.
Bwere suponía que el círculo de piedra debía hallarse en un
lugar sagrado de la isla de Abaiang, lo mismo que creía
recordar el reverendo Scarborough en su carta. Propuso que
Teeta intentase localizar una lancha y gasolina suficiente
para cubrir los cincuenta kilómetros que nos separaban de
aquella otra isla. Teeta me preguntó si había traído tabaco
negro papúe.
-- "No, ¿para qué?" -
pregunté.
Supe entonces que el lugar era tabú, y se había de entregar
una ofrenda en tabaco para pacificar al espíritu . Al pedirle
que se encargara de proporcionármelo, Teeta se negó en
redondo: el tabaco debía comprarlo uno mismo; de lo contrario
perdía su virtud.
Durante nuestra conversación entraron, con abundante rumor de
murmullos, más de una docena de muchachos y muchachas,
ataviados únicamente con sus "tepes" multicolores, para
contemplar con disimulo a aquellos forasteros coronados de
flores. ¡Jamás he visto seres humanos más bellos! Animados,
nos olvidamos allí mismo de los círculos misteriosos, las
brújulas de piedra y las leyendas arcanas: la naturaleza viva
y palpitante nos atraía con más fuerza. el grupo se ordenó en
una hilera. Había llegado para nosotros el momento de admirar
los graciosos movimientos, el atractivo sensual de los
isleños, criaturas de un paraíso que creíamos perdido. Empecé
a entender a los gigantes bíblicos e hijos de los dioses que
se propasaron con las hijas de los hombres. La habitación
estaba llena de vibraciones eróticas de los cuerpos
bronceados, de sonrisas que hacían relampaguear sus dientes
blanquísimos, de la naturalidad y la seguridad de sus
movimientos. ¿Conocían ellos su propia belleza y atractivo?
¿Eran conscientes de la admiración que expresaban nuestros
ojos abiertos de par en par? (p.36)
Cantaron, iniciando un pianísimo que fue creciendo hasta
convertirse en coro polifónico. Dos muchachos rascaban sendas
guitarras, y un tercero marcaba el ritmo sobre un tambor hecho
de un tronco hueco. Su canto melodioso era abundante en
vocales. Después de la tercera canción, músicos y cantantes se
sentaron en el suelo. Una niña se acercó a nosotros de
rodillas y nos lanzó en inglés la invitación:
-- "It's your turn!" [ahora
¡es su turno!]
¡Nos había tocado el turno de cantar! En rápida consulta se
determinó que nuestro trío debía quedar reducido a dúo: Rico
explicó que ya en la escuela le hacían callar por no emitir
más que unos graznidos, sin ninguna musicalidad.
Los anfitriones y el coro nos miraban con impaciencia.
Armándonos (p.37)
de valor, Willi y yo cantamos [una canción alsaciana] "Muss
iden zum Städtele hinaus" ["Tengo que salir de la ciudad"], no
tan bien como lo hiciera Elvis Presley pero tan pasablemente
que nuestros espectadores pidieron otra.
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Canción alemán:
"Muss i denn zum Städtele hinaus" (Tengo que salir
de la ciudad) [14]
Muss i denn,
muss i denn zum Städtele 'naus, Städtele 'naus
und du, mein Schatz, bleibst hier?
(Tengo que salir de la ciudad, de la ciudad, y
tu mi amor, ¿te quedas?)
Wenn i komm, wenn i komm, wenn i wiederum komm,
wiederum komm, kehr i ein, mein Schatz, bei dir.
(Cuando regreso, cuando regreso, cuando regreso,
regreso a tu casa mi amor, a tu casa).
Kann i gleich net allweil bei dir sein, han i
doch mein' Freud' an dir.
(No puedo estar siempre con tigo, pero sin
embargo tengo mi alegría con tigo).
Wenn i komm, wenn i komm, wenn i wiederum komm,
wiederum komm, kehr i ein, mein Schatz, bei dir.
(Cuando regreso, cuando regreso, cuando regreso,
regreso a tu casa mi amor, a tu casa).
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Willi y yo entonamos "Sah ein Knab' ein Röslein stehen" ["Un
chico vio una roseta"]. Fue un éxito apoteósico, con
verdaderas ovaciones, palmadas, risas y saltos. Eran como una
horda de niños felices en el paraíso.
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Canción
"Sah ein Knab ein Röslein steh'n" ("Un chico vio una
roseta") [15]
1. Sah ein Knab' ein Röslein stehn, Röslein auf der
Heiden, war so jung und morgenschön, lief er
schnell, es nah zu sehn, sah's mit vielen Freuden,
Röslein, Röslein, Röslein rot, Röslein auf der
Heiden.
(Un chico vio una roseta en el pagano, fue tan joven
y bella en el día, corrió rápidamente para verlo de
cerca, lo vio con mucha alegría, roseta, roseta,
roseta roja, roseta en el pagano).
2. Knabe sprach: Ich breche dich, Röslein auf der
Heiden! Röslein sprach: Ich steche dich, dass du
ewig denkst an mich, und ich will's nicht leiden.
Röslein, Röslein...
(Dijo el chico: ¡Te voy a coger, roseta en el
pagano! Roseta dijo: Te voy a picar y siempre vas a
pensar en mi, y yo no quería hacerte sufrir. Roseta,
roseta...)
3. Und der wilde Knabe brach 's Röslein auf der
Heiden; Röslein wehrte sich und stach, half ihm doch
kein Weh und Ach, musst es eben leiden. Röslein,
Röslein...
(Y el chico salvaje cogió la roseta en el pagano; la
roseta se defendió y picó, y no ayudó ningún grito
de dolor y tenía que sufrir. Roseta, roseta...)
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El variado programa fue continuado por los isleños, hasta que,
al cabo de algunas pieza, todos volvieron a interrumpirse, se
sentaron en el suelo y nos enviaron otra vez a la niñita:
-- "It's your turn!"
Como aquello amenazaba con prolongarse, y por otra parte
nuestro repertorio estaba tocando a su fin, pensé
desesperadamente la manera de coronar la fiesta. En seguida se
me ocurrió. Me acerqué de rodillas a los cantores y le rogué a
Bwere que les explicase que íbamos a cantar juntos una canción
popular conocida en toda Europa, "Frère Jacques" [el canon
"Hermano Jacobo"], de melodía bonita y sencilla. Les enseñé la
tonada, luego la canté varias veces con la letra, y no tardé
más de un cuarto de hora en conseguir que aquel pueblo tan
musical entonase el "Frère Jacques" [canción francesa].
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Canción "Frère
Jacques" (Bruder Jakob, esp.hermano Jacobo) [16]
Frère Jacques,
Frère Jacques, dormez vous, dormez vous? Sonnez
les matines, sonnez les matines. Ding, ding, dong.
Ding, ding, dong.
(Hermano Jacobo, hermano Jacobo, ¿tu duermes? ¿tu
duermes? Las campanas suenan, las campanas suenan.
Ding, ding, dong. Ding, ding, dong).
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Mediante este canon cantado en común, la velada en casa de la
señora Kamoriki, culminación de nuestro primer día en Tarawa,
se convirtió en el "Sésamo ábrete" para nosotros. De la noche
a la mañana, se habló de ello en todo el pueblo. La gente nos
saludaba por las calles. Cuando nos acercábamos a la gran
"maneba" o casa común, centro de todo poblado, nos estrechaban
las manos y nos conducían - como gesto de especial amistad -
bajo el pardo [marrón] cobertizo [casita] de palma abierto
hacia todos los lados.
La casa colectiva "maneba" de Tarawa en Kiribati (p.160-161)
Es el lugar de reunión donde los ancianos tienen la palabra, y
los jóvenes sólo hablan cuando se les pregunta. A las mujeres
no se les permite entrar. Lo suyo es criar hijos y mantener
limpia la choza familiar. Por la alegría con que nos
saludaban, eso no parecía importarles. Mientras paseábamos por
entre las cabañas [casitas] las veíamos muchas veces, en
alegre charla con las hijas y las vecinas; a menudo [muchas
veces] cantaban, y más de una vez, durante nuestra visita,
escuchamos un "Frère Jacques" (p.38).