Erich von Däniken:
Viaje a Kiribati - extraterrestres
1. Detecciones en
las islas de Kiribati
Mapa de las islas Kiribati con Australia y con
Nueva Zelanda [1] |
Nauru, foto aérea 02 [14] |
de: Erich von Däniken: Viaje
a Kiribati; Ediciones Martínex Roca, S.A.; Gran Vía, 774,
7º; 08013 Barcelona; ISBN: 84-270-0684-5
presentado por Michael
Palomino (2011)
La sorpresa y el asombro
son el comienzo del entendimiento.
Un párroco me llama a una meta lejana. - ¿Dónde está Kiribati?
- La noche que vivimos como unos jeques. - Una huelga en la
isla de la paz. - Teorías sobre el origen de Kiribati. -
Teeta, nuestro ángel negro. - Descubrimiento de una
inestimable biblioteca en Bairiki. - Sobre Nareau y otros
extraterrestres. - En avión a Abaiang. - El círculo mágico. -
Sobre una tumba ciclópea en Arorae. - Mojones de navegación en
Arorae. - Los dioses creadores salidos de las tinieblas. -
Cómo se eternizaron los gigantes. - Despedida de los nuevos
amigos y los antiguos misterios (p.11).
La posición de
Kiribati
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Mapa de las islas Kiribati con Australia y con Nueva
Zelanda [1] |
Mapa con las
islas Gilbert (Kiribati), son atolones [2]: las
islas Makin, Butaritari, Marakei, Abalang, Tarawa,
Maiana, Abemama, Kuria, Aranuka, Nonouti,
Tabiteuea, Beru, Nikunau, Onotoa, Tamana, Arorae.
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Invitaciones a Kiribati para ver sitios de los
dioses - mapas
[Una invitación a Kiribati de
Sr. Reverendo C.
Scarborough]
A no ser por esta carta de Ciudad del Cabo, África del Sur,
jamás en la vida se me habría ocurrido ir a Kiribati (p.11):
<Dear Mr. Von Däniken:
Usted es un hombre con muchas
obligaciones, por lo que iré directo al grano.
Mi propósito es hacerle saber
que existen buenas pruebas de la venida de los dioses del
espacio. Durante mis tiempos de misionero en el Pacífico me
fueron mostradas dos tumbas de gigantes, que según la
tradición local vinieron del cielo.
Las tumbas se hallan en buen
estado de conservación, y miden cinco metros de largo cada
una. En las rocas hay también huellas fósiles de pisadas, y
son tan numerosas que es fácil fotografiarlas.
Además existe una "brújula de
piedra", y un lugar del que dice la leyenda que fue allí
donde aterrizaron los dioses. Es un lugar de mucho interés,
pues se trata de un círculo totalmente exento de vida
vegetal.
caso de interesarle estas
informaciones, será para mí un honor ampliarle más detalles.
De serle éstos ya conocidos por otras vías, comprenderé que
no se moleste en contestar.
Con mis mejores deseos, y
agradeciéndole las agradables horas de lectura que me ha
proporcionado, quedo suyo atentísimo,
Reverendo C. Scarborough.>
Esta carta la recibí a fines de mayo de 1978. ¿Un pastor
protestante se mostraba abierto hacia mis ideas?
Inmediatamente le mandé una carta de agradecimiento y para
solicitar la información ofrecida. Al mismo tiempo le
preguntaba si existía documentación, incluso fotográfica,
sobre tan misteriosos lugares. Como era lógico, me ofrecí a
sufragar todos los gastos que ocasionase. Al cabo de un mes,
el reverendo Scarborough contestó:
[Sr. Scarborough describe la situación
y la gente de las islas Kiribati]
<Dear Mr. Von Däniken,
Agradezco su carta. Deseo que
quede claro que no pido ninguna contribución por mis gastos,
pues para mí es una satisfacción el poder colaborar en sus
investigaciones.
Sobre la cuestión de la
literatura disponible lamento comunicarle que apenas hay
nada que mencione a Kiribati; en particular, no hay
documentación escrita sobre los puntos específicos que le
señalaba a usted. Lástima.
Imagino que recibirá usted
indicaciones de chiflados de todo el (p.12)
mundo. Por eso creo que
conviene adelantar aquí algunos datos personales míos.
En la actualidad soy párroco
de la congregación de Sea Point, República Sudafricana.
Antes vivía con mi esposa y
mis dos hijos en las islas Kiribati, donde actuaba como
misionero de la "London Missionary Society" [sociedad
misionera de Londres]. En esas islas vivimos durante tres
años y medio, llegando a dominar con fluidez la lengua de
los nativos. En ese tiempo visitamos cada una de las
dieciséis islitas y en algunas pasamos semanas enteras, e
incluso meses. Al conocer el idioma pudimos familiarizarnos
con la historia pretérita de los isleños, misteriosa y
muchas veces incomprensible.
Lo primero que me sorprendió
fue el hecho de que los nativos empleasen dos palabras
distintas para designar al ser humano. Ellos se llamaban a
sí mismos "aomata", lo que significa "hombres" en plural. En
cambio, cualquier persona que no tenga su mismo color de
piel, en particular si es de gran estatura, recibe el nombre
de "te i-matang", lo que traducido literalmente significa
"hombre del país de los dioses". A medida que fuimos
conociendo mejor a los indígenas vimos que esta distinción
entre ellos y los extraños rige en todas las islas.
Si alguna vez tiene usted ocasión de investigar
personalmente este asunto, le advierto que los nativos se
cierran mucho frente a los extranjeros, si no acierta con el
trato adecuado. Son muy religiosos, pues han sido educados
por sacerdotes católicos y protestantes, muchos de los
cuales son también nativos. Un extranjero, si no logra
entenderlos y no les escucha, más vale que se quede en casa.
Cuando visite a los isleños, procure que no le acompañen
demasiados europeos ni funcionarios del lugar. Sin embargo,
la ayuda de estos últimos le será imprescindible, pues se
necesita visado para poder viajar a algunas de las islas.
Estoy seguro de que la experiencia en estas cuestiones habrá
hecho de usted un maestro de la diplomacia.>
La carta continuaba con algunas instrucciones sobre cómo
encontrar las tumbas de los gigantes, y una descripción de los
megalitos que se hallaban al sur "de una de las islas", y que
según las observaciones del misionero tenían grabadas líneas
apuntadas en (p.13)
dirección a localizaciones enormemente lejanas. Era notable
también la observación de que tales piedras hubieron de ser
traídas de otro lugar, por no haberlas de su especie en las
islas. Sobre el "lugar de aterrizaje de los dioses", mi
corresponsal informaba:
[Indicaciones de Sr.
Scarborough sobre el lugar de aterrizaje de los dioses]
<He de sugerir dos
posibilidades, pues he olvidado en cuál de las islas se
encuentra ese círculo. Ha de ser en la isla de Tarawa-Norte
o en la de Abaiang. Ambas están muy cerca la una de la otra,
tanto que se avistan entre sí.
Si mi memoria no me engaña, está en la isla de Abaiang. Ese
misterioso lugar está vigilado por el "tabunia" o brujo
local. Los isleños lo conocen y le dirán de qué lado está
permitido acercarse al círculo. La zona está cubierta de una
vegetación espesa. Cuando los párrocos no están al tanto,
los nativos van allí para rendir culto a los antiguos
"dioses".
Por eso ha de buscar usted la colaboración del tabunia,
quien le guiará a través de los matorrales, como hizo
conmigo, hasta encontrar el círculo. Allí no crece nada, ni
un árbol, ni una mata; en ese círculo no hay vida alguna. El
brujo les dirá que cuando un ser vivo cruza sobre el círculo
no tarda en morir. ¿Por qué? ¿Será cosa de radiactividad?
Cuando llegue usted allí podrá hacer también la interesante
observación de que los troncos de los árboles, si acaso
tienden a crecer hacia el interior del círculo, acaban
apartándose de él con una elegante curva. En medio de ese
sitio no puede crecer nada.
En 1965 lo visitó el "resident commissioner" [comisionario
residencial] y dijo que aquel lugar debía estar contaminado
de radiactividad. Pero, ¿cómo habrá llegado la radiactividad
a ese islote de coral? He de recordar otra vez la tradición
de los aborígenes, según la cual aterrizaron allí los
dioses.>
Desde su remota residencia, el desconocido reverendo me
acertaba en lo vivo. Incapaz de seguir encerrado, sólo una
pregunta me preocupaba: ¿dónde está Kiribati?
¿Dónde está Kiribati?
[En un atlas normal Kiribati
no existe]
En las estantería de mi biblioteca hay cuatro grandes atlas.
No saben nada de Kiribati. Tres enciclopedias famosas, la
Brockhaus, (p.14)
la Larousse y la Britannica, saben que hay mil doscientas
variedades de pulgas, pero lo ignoran todo sobre Kiribati. Y
no podían figurar en los manuales sabios de los años setenta
esas islitas Kiribati que asoman en el océano Pacífico, aunque
existen, estuve allí y son unas pulgas muy interesantes en
medio de aquellos mares infinitos.
Puesto que mi pío informante afirmaba haber estado en
Kiribati, tal lugar debía existir. Y yo, venga a preguntar a
todo el mundo:
-- "¿Sabe usted dónde está Kiribati?"
A esta pregunta, todos contestaban con la misma mirada
interrogante, como si dijeran:
-- "¿Kiribati ha dicho?"
Finalmente, escribí a Ciudad del Cabo y le pregunté a mi
erudito párroco:
-- "¿Dónde está Kiribati?
¿Cómo se puede ir allí? ¿Hay alguna línea aérea? ¿Hay
alojamiento, bien sea hotel o alguna especie de albergue?
¿Cuál es la moneda de curso legal en Kiribati? ¿Qué regalos
conviene llevar para los sacerdotes, el brujo y los nativos?
¿Hay peligros dignos de mención, tales como serpientes,
alacranes o arañas venenosas? ¿Tiene usted aún
correspondencia con amigos o conocidos? ¿Podría arme señas
adonde pueda dirigirme citando el nombre de usted?"
[Detalles sobre Kiribati -
una parte de las islas Gilbert - independiente desde 1977 -
isla principal es Tarawa, un atolón grande]
Däniken indica:
El reverendo Scarborough contestó con celeridad y conocimiento
de causa. El velo de niebla que rodeaba a Kiribati empezaba a
aclararse.
Se trata de un grupo de dieciséis islas que pertenecieron al
grupo de las islas Gilbert, que son colonia británica, hasta
1977 en que alcanzaron la independencia... y cambiaron de
nombre. Emergen del Pacífico en la modesta extensión de
novecientos setenta y tres kilómetros cuadrados, y son la
tierra natal de unos cincuenta y dos mil micronesios.
La isla principal, Tarawa, tiene puerto y sede administrativa,
y se puede ir a ella en avión tanto desde la isla
independiente de Nauru como desde Suva, la capital de la mayor
de las islas Fidji (esp.: islas Fiyi [web05], ingl. Fiji
islands [web06]).
Como regalos, el reverendo recomendaba navajas modernas, de
las de múltiples usos, para los aborígenes de mayor categoría,
gafas (p.15)
de sol baratas para los pescadores y aspirinas para los
sacerdotes y las señoras de las islas.
[El único peligro son los
tiburones]
Mister Scarborough me tranquilizaba, además, notificándome que
no había serpientes ni arañas, aunque sí escorpiones, pero de
picadura no más grave que la de una avispa. La única
advertencia seria de la carta era.
<¡El peligro verdadero
viene del mar! No se bañen jamás en el mar, aunque los
aborígenes les digan lo contrario. Los tiburones son
peligrosos para cualquier nadador, y aún hay otras formas de
vida submarinas. No me cansaré de recomendárselo una y otra
vez: Never bathe in the sea! [¡jamás bañas en el mar!].>
Ahora que lo recuerdo, estoy seguro de que sin esta
advertencia tan reiterada, todos nosotros nos habríamos
aventurado en las aguas.
Mi desconocido bienhechor me invitaba a establecer contacto
con sus antiguos amigos, los párrocos [pastores] Kamoriki y
Eritaia, asegurando que se trataba de personas amables que me
prestarían toda clase de ayuda, lo mismo que el capitán Ward
del MOANA-ROI, quien podría serme muy útil gracias a su
profundo conocimiento de la geografía insular; además Ward
estaba familiarizado con las leyendas locales y los lugares
sagrados de los isleños.
[El viaje de Suiza a Nueva Zelanda]
A Kiribati, tres de ida y
vuelta
[Organizar el viaje a Nueva
Zelanda - y organizar el viaje a Kiribati]
Contra la suposición muy corriente de que soy un tipo rico,
que puede emprender viajes como quien sale a comprar el
periódico, la realidad es que siempre procuro aprovechar
varias metas comunes en una misma zona, a fin de que los
gastos de viaje no acaben excediendo a mis ingresos. Además,
una vez personado en el lugar muchas veces las informaciones
resultan falsas, elucubraciones mentales de "chiflados", como
decía el reverendo, con la consiguiente pérdida de tiempo y
dinero. Pero en 1980 se presentó una coyuntura favorable: en
verano se celebraba en Nueva Zelanda el séptimo congreso
mundial de la "Ancient Astronaut Society" (ASS)
[sociedad de astronautas de antes]. La AAS es una organización
internacional no lucrativa, que estudia temas similares a los
que me ocupan (p.16).
¡Nueva Zelanda era ya casi "medio billete", si la estación de
término había de ser Kiribati!
Dicté una carta para el pastor Kamoriki, de Tarawa. A
principios de 1980 recibí una contestación, escrita con mano
temblorosa que permitía adivinar la avanzada edad del
eclesiástico. Decía que el capitán Ward se había jubilado años
atrás y había regresado a Inglaterra con su familia, pero que
él mismo y la suya se ofrecían gustosamente junto con su casa,
para lo que yo y mis amigos quisiéramos mandar. Sonaba bien.
Después de la cordial despedida pude descifrar una posdata en
letra menuda y vacilante: "¿Tiene usted el visado de entrada?"
Mi secretario Willi Dünnenberger y yo pusimos al rojo las
líneas telefónicas: ¿En qué oficina ponían los visados?
Durante los últimos diez años hemos visitado los más apartados
lugares del mundo, pero siempre se encontraron en nuestra
capital federal las embajadas, los consulados o las legaciones
para responder de nuestras osadas metas. En cambio, Kiribati
es una zona en blanco en el panorama diplomático de nuestra
tan cosmopolita Suiza. Un funcionario del ministerio de
Asuntos Exteriores nos dio un consejo:
-- "Pregunte a los australianos, y si no, a los ingleses."
En la embajada australiana nos dijeron que su país,
efectivamente, comerciaba con las islas y enviaba ayuda para
el desarrollo, pero que ellos no tenían jurisdicción para los
visados. En Londres, el "ministerio de asuntos del Pacífico"
sí estaba al corriente de la situación: los suizos tenían que
recoger su permiso de estancia a la llegada a Tarawa y
comprometerse a no permanecer más de tres meses en las islas,
además de exhibir un billete de vuelta pagado. ¡Tres meses!
¡Ni que quisiéramos hacernos una choza en Kiribati!
[El equipaje]
Empezamos a preparar el equipaje: cuatro cámaras con sus
juegos de objetivos, películas, dictáfono, un contador géiger
pequeño, el botiquín de viaje, las navajas, las gafas de sol,
las aspirinas. Como siempre ocurre, pese a escatimar cada
pieza, el total resultó una montaña tremenda, capaz de doblar
las piernas y los brazos a dos hombres. Ya desesperábamos,
cuando se presentó nuestro joven, y sin embargo viejo amigo
Rico Mercurio. Es de la rara especie de jóvenes que nunca se
cansan y que no tienen horas cuando se traen un asunto entre
manos. Rico trabaja en una importante compañía de Zurich,
donde talla diamantes y otras piedras aún más costosas y
(p.17)
las monta sobre bellos relojes con los que los jeques del
petróleo - ¿quién iba a ser, si no? - obsequian a sus harenes.
Rico vino diciendo que después de dos años sin hacer
vacaciones no le iría mal una "escapadita" [fuga] a Kiribati,
estuviese donde estuviese. Nosotros le confirmamos en esa
opinión.
[El vuelo - horas aburridas y
divertimientos]
El 3 de julio de 1980, los tres, cargados hasta los topes,
salimos con un DC-10 vuelo 176 de la Swissair hacia Bombay y
Singapur. Una vez en ésta hicimos el transbordo al vuelo 28 de
la Air New Zealand, con destino a Auckland. Entre Zurich y
Auckland son veinticinco largas horas de vuelo.
|
El avión de air New
Zealand (Nueva Zelanda) (p.20)
Däniken indica:
<¡Nueva
Zelanda! Antes de salir de este bello país hacia
Nauru, perdimos un día interminable en la espera,
dado que la AIR NAURU pocas veces se atiene a los
horarios.>
|
Esos vuelos a larga distancia son terribles. Lo primero es
leerse todo un montón de revistas, de las que no ha tenido uno
tiempo de hojear en días pasados. Se atiborra uno de la comida
que sirven abundantemente, pero más por aburrimiento que por
hambre. Se cala uno los auriculares sobre las orejas e intenta
dormir, pero como está uno fuera de horario no lo consigue.
Vemos la película "Muerte en el Nilo", sobre la novela de
Agatha Cristie, pero ni siquiera este mediano "suspense" ayuda
mucho a matar las horas. Los ochocientos cincuenta kilómetros
hora de velocidad ni se notan, porque no hay punto de
referencia: abajo no ve uno más que agua, luego el desierto
australiano, y luego más agua. Desde que salimos de Zurich
hemos cambiado tres veces de tripulación. Los pasajeros
continúan sentados y atados a sus asientos, alimentados a
intervalos uniformes y provistos de las informaciones que va
desgranando la cabina. Las agujas del reloj parecen inmóviles.
Maldecimos a los retrógrados que se oponen al avión
supersónico CONCORDE. Nos preguntamos cuando estará construido
el SST norteamericano, proyectado desde hace harto tiempo.
Seguimos nuestro juego: imaginar qué se podría hacer para
distraer a los pasajeros. Juegos electrónicos de pantalla, por
ejemplo. O quizás una terapéutica ocupacional, como punto para
las señoras y hacer sobres para los caballeros. ¡Menuda
producción podrían juntar! Y con la venta de los trabajos
manuales de a bordo se podrían reducir las tarifas de vuelo,
elevadas a alturas astronómicas por la dictadura de la OPEP.
Tal vez. A los once mil metros de altitud pensábamos incluso
en montar un casino de juego. "Rien ne va plus" [Se termina
todo]. Realmente, después de uno de esos vuelos a larga
distancia no hay nada que vaya. Lo que se dice nada (p.18).
Nueva Zelanda
[Paisaje lindo con mar -
muchas ovejas - cocina mala]
Un paisaje en Nueva Zelanda [3] |
Nueva Zelanda, ovejas en la pista [4] |
Me gusta Nueva Zelanda. Tiene algo de las colinas verdes del
Jura suizo, con sus prados y sus aldeas limpísimas. Tiene
monte bajo y alta montaña, vaquerías, rutas alpinas,
telesillas y límpidos lagos de montaña, todo como en casa.
Pero Nueva Zelanda tiene una cosa más, que nosotros no podemos
ofrecer: ¡el mar! Todo enamorado de Suiza que además sea
aficionado al mar debería emigrar a Nueva Zelanda. Gracias a
la constante brisa del océano Pacífico, el aire - pese a los
cuarenta millones de ovejas - es mucho más puro y tónico que
el de Suiza. ¡Cuarenta millones de ovejas, y sólo cuatro
millones de neozelandeses! ¡Con tal de que las ovejas no
asalten algún día el poder, bajo el lema de: "Cuadrúpedos sí,
bípedos no", como en "Rebelión en la granja" de Orwell!
El vuelo de Auckland a la isla de Nauru está programado por la
compañía AIR NAURU para el 13 de julio.
Air Nauru, Boeing 727 [5]
Y no es el maleficio del número lo que obliga a dejar el viaje
para el día siguiente. La compañía aérea más original del
mundo no hace mucho caso de los horarios de vuelo. Esperamos.
Nos hallamos fatigados, y a ratos un poco hambrientos; lo cual
explica que hayamos sido capaces de deglutir, en el
restaurante del aeropuerto, una horrorosa especialidad del
país: el "spaghetti-sandwich". Entre dos porciones de pan
inglés, blando como algodón, aparecen unas como lombrices
blancas ahogadas en una pegajosa y dulzona salsa de tomate.
Este invento [invención] no mejora por el hecho de haber sido
pasado por la plancha.
Esperamos, y de hora en hora vamos masticando esa terrible
muestra de la cocina neozelandesa, que es uniformemente mala.
Los altavoces emiten por enésima vez, en estéreo, melodías del
"Weissen Rössl" [caballo blanco] del lago Wolfgang
(Wolfgangsee) [canción muy alemán], cuya enérgica patrona
habría mandado al diablo a todos los cocineros del país.
Una noche en Nauru
Mapa con la ruta Nueva Zelanda-Nauru-Kiribati (atolón de
Tarawa) [6]
[Boeings - fosfato]
En el vuelo de Auckland a Nauru éramos tres los pasajeros a
bordo del Boeing 737 de la AIR NAURU: Rico, Willi y yo, con
nueve miembros e la tripulación. La compañía AIR NAURU
funciona con tres birreactores de pasajeros tipo Boeing 727 y
dos trirreactores (p.19) del tipo 737. Se atribuye al
presidente de la República de Nauru la afirmación de que el
país necesitaba una flota aérea para facilitar la llegada a
los contratos de compra de fosfato, a los talones bancarios, a
los ingenieros y a las brigadas de mantenimiento; si alguna
vez quería usarla un pasajero "normal", no se le pondrían
objeciones. El caso debe ser bastante raro pues la isla,
aunque rica, desconoce el turismo.
Con sus veintiún kilómetros cuadrados la isla es más bien un
islote, situado casi debajo del ecuador y a 167 grados de
longitud al este del meridiano de Greenwich. La rodea un
arrecife que cae a pico hacia la fosa abisal, y es de caliza
coralina con una fuerte proporción de fosfato. En esas
existencias de fosfato se funda la (p.20)
prosperidad de la isla, antes que en su clima tropical. Los
aproximadamente seis mil habitantes de Nauru viven todos del
fosfato, directa o indirectamente, y aseguran que es el mejor
y el más puro del mundo. En el puerto, polvorientas cintas
transportadoras llevan el indispensable abono hacia las grúas,
que llenan los cargueros con destino a Australia y Nueva
Zelanda. Según el informe de 1979 de la
"Nauru-Phosphat-Corporation" [empresa de fosfato de Nauru],
las reservas aún alcanzan para catorce años. Pero en ese mismo
año del informe se vendió fosfato por valor de 79.444.463
dólares australianos. A este paso, las existencias quedarán
agotadas en cinco años escasos, después de lo cual se habrá
acabado la prosperidad de la isla. La exportación de coco y
hortalizas no produce demasiado.
[El único hotel de Nauru, el
hotel "Meneng" - un vino tinto Rothschild]
Nauru, foto aérea de Google Earth [13]. Es una isla
plana de 5 a 3 kilómetros más o menos. |
Nauru, foto aérea 02 [14] |
Mapa de Nauru [9]
|
Hace algunos años, la autoridad mandó construir el único hotel
aceptable, el "Meneng", para los pilotos de la AIR NAURU y los
ingenieros y clientes de la Phosphat-Corporation, a fin de que
estos viajeros, acostumbrados a mejores alojamientos,
disfrutasen al menos de un poco de aire fresco. Por eso, nada
más entrar, recibe uno en pleno rostro sudoroso el soplo del
aire acondicionado.
En el salón comedor, los elementos femeninos del servicio
presentan un continente grave y digno, y una carta cuyo
anverso ofrece perspectivas más bien modestas: pescado al
horno con batatas y mazorca de maíz cocida al vapor en
mantequilla. Pero el reverso es sensacional: tres vinos
australianos, dos neozelandeses, ¡y un Château Mouton
Rothschild de 1970 por treinta y cinco dólares australianos,
que vienen a ser apenas setenta francos suizos!
Tal oferta nos pareció una broma, o una errata de imprenta. La
cosecha de 1970 fue la mejor del siglo en la comarca de
Burdeos. En nuestro país no se consigue una botella por menos
de cuatrocientos francos, y si el restaurante es de categoría,
hay que prepararse a abonar el doble, por lo menos. El Château
Mouton Rothschild es una bebida para jeques, cuando suplican a
Alá que haga la vista gorda mientras ellos infringen la
prohibición de tomar alcohol. No es un vino para el mortal
común.
Rico exclamó:
-- "Amigos, es nuestra última noche antes de partir para
Kiribati. Como no sabemos qué nos espera allí, ¡yo pago una
botella!"
La camarera contempló con asombro el índice de Rico, que
señalaba tan ceremonioso vino. La chica parecía clavada en el
suelo (p.21).
Pero, como el dedo de Rico permanecía tan fijo en la carta com
sus ojos enérgicos en la muchacha, ésta corrió, al fin, a
refugiarse detrás del mostrador, donde se puso a cuchichear
con sus bonitas compañeras. Éstas abrieron mucho los ojos y se
quedaron mirándonos y riendo sin disimulo.
Sonriendo con algo de malicia, el sumiller descorchó la
botella. Ya dudábamos de la autenticidad de su contenido,
cuando nos presentó el precioso recipiente - llamarle
"botella" sería casi una profanación - permitiéndonos
contemplar un genuino Château Mouton Rothschild del 70, con su
número y su dibujo de Marc Chagall en la etiqueta. Los
Rothschild siempre decoran su "Mouton" con un dibujo de un
artista famoso.
Al llevarnos las copas a los labios aumentaron los cuchicheos
y risas del personal femenino. Yo pagué otra botella, pues
aquel vino era puro néctar, delicia de los dioses. Detrás de
las alegres comadres de Nauru apareció un cocinero asiático,
cuya hilaridad comprometía el equilibrio de su elevado
cucurucho blanco. Las muchachas se carcajeaban como si
estuviéramos bebiendo sin saberlo un aceite de ricino que nos
daría la noche. Empezamos a revisar con disimulo nuestras
ropas, por si hubiese en nuestro atuendo algo indecente o
ridículo. Pero no; estábamos correctamente vestidos, según los
cánones tropicales.
[Se burlan del vino viejo]
Entonces entró en el salón el piloto de la AIR NAURU que nos
había traído a la isla. Como conocedor del idioma nativo, le
encargamos que averiguase por qué estaban burlándose de
nosotros desde hacía dos horas. Él asintió y se encaminó con
garbo - un aviador de cuerpo entero, expresaba con todo su
porte - hacia aquel círculo de gallináceas. Pronto regresó a
nuestra mesa con el resultado de sus averiguaciones:
-- "Ríen, señores míos,
porque han aparecido tres extranjeros chiflados, y tan
tontos que pagan treinta y cinco dólares por una botella de
un vino tan viejo. Over! Bye-bye!" [¡se termina!
¡chau!]
No nos avergonzamos de nuestra tontería. Willi encargó la
tercera botella, y yo apunté en mi agenda la numeración de las
tres botellas, sabiendo que aquél sería mi primer y último
encuentro con el inolvidable Château Mouton Rothschild cosecha
de 1970: 242/443, 242/444 y 242/445.
Tuvimos que urgirle a Rico para que nos acompañase. Mudos
(p.22),
como éramos allí, él había establecido un inequívoco
intercambio visual con una de aquellas bonitas camareras. Ese
esperanto lo entienden las hembras y los machos en toda la
redondez de la Tierra (p.23).