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Erich von Däniken: Regreso a las estrellas

10. Los textos nos remiten a la India

[10.1. Ejemplos de textos describiendo vuelos antiguos]

de: Erich von Däniken: Regreso a las estrellas; Plaza & Janes, S.A., Editores; Virgen de Guadalupe, 21-33; Esplugas de Llobregat (Barcelona); ISBN: 84-01-33135-8

presentado por Michael Palomino (2011)


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10. Los textos nos remiten a la India

Un antepasado explica un viaje aéreo actual. - Informe de un testimonio: Ezequiel. - El secreto de los aparatos volantes. - Entrevista con la profesora Esther A.. Solomon en Ahmedabad. - Un vistazo a la Cábala. - El libro de Sohar. - El libro de Dzyan.


[10.1. Ejemplos de textos describiendo vuelos antiguos]

[Un vuelo con un pájaro de Zurich a Nueva York]

<... Y entré en una gran sala, en que la luz brillaba como en el interior de un templo. Por todas partes había seres con caras y manos de personas. Llevaban toda clase de instrumentos, y algunos, incluso cofrecillos de diversos tamaños. Se los entregaban a otros seres, que se hallaban detrás de paredes bajas y que se tocaban con curiosos cubrecabezas, que llevaban la señal del águila. En el salón del templo se oía una música celestial. No se sabía de dónde llegaba. A veces escuchaba la voz de un ángel y, en una ocasión, entendí sus palabras: "Vuelo 101 con destino a Nueva York; salida, a las 12." Entonces, un querubín me tomó de la mano y me condujo hasta un serafín, que estuvo muy amable conmigo y que me regaló un pequeño rótulo en blanco, mientras me decía: "Su billete (p.192)

de vuelo". No pude descifrar los divinos signos de escritura que había en él.

Después, el querubín se puso de nuevo a mi lado y me condujo hasta un gran pájaro celestial, brillante, posado en el amplio parque de los animales celestes, sobre una gran superficie lisa. El pájaro celestial descansaba sobre ocho ruedas negras, que, como las patas de un ternero, salían del vientre de metal de aquel gran objeto inmóvil, y que parecían estar hechas de cuero curtido [durado]. El reluciente animal tenía sus alas completamente abiertas. Todos esperaban al dios que había de volar, y al que el querubín llamó "piloto".

Cuando subí por la escalera plateada que conducía al pájaro, vi cuatro grandes cajas en las alas, en cada una de las cuales se veía un agujero. Y vi que en uno de esos agujeros giraban muchas ruedas. El pájaro celeste perteneciente al dios "Swissair", pues éste era el nombre que se repetía a menudo en una pared claramente iluminada.

En el vientre del pájaro divino, llenaban el aire tonos de arpa, y llegó hasta mi nariz un agradable aroma de jazmines, violetas y otras flores. Entonces se acercó a mí otro querubín, de figura incomparablemente bella, que me sentó sobre un trono y me ciñó una amplia banda en torno a las caderas. Se detuvo la música del arpa; la voz de un dios anunció: "Apaguen los cigarrillos, por favor, y abróchense los cinturones." La voz hizo aún muchas profecías, que, como las anteriores, apenas logré entender. Pero entonces se empezó a oír un ruido enorme, como si fuera el tronar y relampaguear de una furiosa tormenta. El pájaro tembló, se puso en movimiento y se alejó, más rápido que el leopardo, de los demás pájaros divinos (p.192).

Y cada vez fue adquiriendo más velocidad, impulsado y elevado en el aire por una fuerza supraterrenal, poderoso como el oleaje del mar, fuerte como los hijos del Sol. El miedo atenazó mi pecho como un anillo incandescente. Me desaparecieron los sentidos. El bello querubín volvía a estar a mi lado, ofreciéndome un embriagador néctar divino y abriendo con su mano una pequeña compuerta. Un refrescante viento celestial me dio en la cara. Levanté entonces la vista y me di cuenta de que desde el vientre del pájaro divino podía ver las alas, que eran fijas y no se movían como las de las aves. Debajo de mí se veían el agua, las nubes y unas formas grises y verdes. Volví a sentir miedo y me acurruqué en mi trono. El querubín se volvió a acercar, colocó su mano sobre mi frente y me dijo la sabiduría celestial: "No tenga usted miedo, aún no se ha quedado nadie aquí arriba..."


Aun cuando parezca poco serio, he descrito aquí un viaje aéreo como podría haberlo hecho uno de nuestros antepasados si hubiese tenido la oportunidad de volar en un moderno reactor desde Zurich a Nueva York. ¿Una casualidad aparentemente absurda? Veremos que no lo es tanto.

[Vuelos en el libro Ezequiel]

En el libro del profeta Ezequiel (LX, 1-21) se habla de algo que podría compararse con un intento de informe sobre un vuelo aéreo:

<1. Y miré, y he aquí que sobre el firmamento que había sobre las cabezas de los querubines, se veía una piedra de zafiro, que a primera vista tenía forma de trono (p.193).

2. Y habló Yavé al hombre vestido de lino y le dijo: Ve por entre las ruedas de debajo de los querubines (p.193) y llena tus manos de las brasas encendidas que hay entre los querubines y échalas sobre la ciudad; y él fue a vista mía (p.194).

3. Los querubines se habían parado al lado derecho de la casa cuando el hombre fue, y una nube había llenado el atrio interior.

4. La gloria de Yavé se alzó sobre los querubines al umbral de la casa, y ésta se llenó de la nube, y el atrio se llenó del esplendor de la gloria de Yavé.

5. Y el rumor de las alas de los querubines se oía hasta el atrio exterior, semejante a la voz de Dios omnipotente cuando habla.

6. Y como dio la orden al hombre vestido de lino, "Coge del fuego de entre las ruedas de en medio de los querubines", entró él y paróse entre las ruedas.

9. Miré y vi cuatro ruedas junto a los querubines, una rueda al lado de uno y otra al lado de otro querubín. A la vista parecían las ruedas como de turquesa.

10. Y en cuanto a su forma, las cuatro eran iguales, como rueda dentro de rueda.

11. Cuando se movían, iban a sus cuatro lados, y no se volvían atrás al marchar.

12. Todo el cuerpo de los querubines, dorso, manos y alas, y las ruedas estaban todo en derredor llenos de ojos, y todos cuatro tenían cada uno su rueda.

13. A las ruedas, como yo lo oí, las llamaban torbellino.

16. Al moverse los querubines, se movían las ruedas a su lado, y cuando los querubines alzaban las alas para levantarse de tierra, las ruedas, a su vez, no se apartaban de su lado (p.194).

17. Cuando aquéllos se paraban, se paraban éstas, y cuando se alzaban aquéllos, se alzaban éstas con ellos (p.194), pues había en ellas espíritu de vida (p.195).

19. Y los querubines, saliendo fuera, tendieron las alas, se alzaron de tierra a vista mía, y con ellos se alzaron las ruedas. Paráronse a la entrada de la puerta oriental de la casa de Yavé, y la gloria del Dios de Israel estaba arriba sobre ellos...>


[Textos de India en sánscrito]

La "Academia Internacional para la Investigación del Sánscrito", en Maisur (India), fue la primera que emprendió el intento de traducir al mundo moderno de nuestros conceptos un texto sánscrito de Maharshi Bharadvaya, un poeta de la Antigüedad. El resultado fue tan sensacional, que durante mi viaje a la India, en otoño de 1968, quise comprobar la calidad científica de la traducción, tanto en Maisur como en el "Central College" de Bangalor. Y, así, leí la traducción´no moderna de un antiguo texto sánscrito:

<6. ... Un aparato, que se mueve por fuerza interior, como un ave, ya sea en la tierra, en el agua o en el aire, se llama Vimana...

8. ... que se puede mover en el cielo, de lugar a lugar...

9. ... de país a país, de mundo a mundo...

10. ... es uno, llamado Vimana por los sacerdotes de las ciencias...

11. ... el misterio de construir aparatos voladores...

12. ... que no se rompen, no pueden ser divididos ni cogidos por ningún fuego...

13. ... y no se pueden destruir...

14. ... el misterio de dejar silenciosos los aparatos voladores.

15. ... El misterio de hacer invisibles los aparatos voladores (p.195).

16. ... El misterio de poder oír los rumores y las conversaciones en aparatos voladores enemigos.

17. ... El misterio de materializar imágenes del interior de los aparatos voladores enemigos.

18. ... el misterio de determinar la dirección de vuelo de los aparatos voladores enemigos.

19. ... El misterio de dejar inconscientes a los seres de los aparatos voladores enemigos y de destruir los aparatos enemigos...>


Seguidamente, el texto describe con precisión las treinta y una partes principales de que está compuesto el aparato. Co exactitud similar se dan indicaciones sobre las vestiduras y la alimentación de los pilotos. Además, el texto enumera dieciséis clases de metales, que se necesitan para la construcción del aparato volador. Pero hoy conocemos sólo tres de los metales citados. Desconocemos todas las demás clases.

El intento realizado en Maisur con un antiguo texto, cuya edad desconocemos aún, debe ser un ejemplo de lo que pueden decirnos las traducciones de los textos antiguos (p.


[La población de India saben de las "Vedas" y de los dioses antiguos volando en la Tierra]

Siempre he sentido una intranquila curiosidad por las antiguas fuentes indias de información. ¡Cuánto de misterioso y cuánto de fascinante existe en todas las traducciones de los "Vedas" y de las epopeyas indias sobre máquinas de vuelo y sobre armas utópicas del pasado!

Mi curiosidad por las fuentes originales aumentó aún más a causa de un acontecimiento casual. Tras una conferencia que pronuncié, en 1963, ante un reducido círculo de personas en Zurich, se me acercó un joven indio que estudiaba física y me dijo con toda naturalidad:

-- "¿Cree usted que lo que nos ha contado es algo nuevo o (p.196)

aterrador? Cualquier indio de cultura media conoce las partes más importantes de los "vedas" y, por tanto, sabe que, en épocas primitivas, los dioses viajaron con máquinas voladoras y poseyeron armas terribles. En nuestro país, eso lo sabe hasta un niño."

En el fondo, aquel joven sólo deseaba confirmar mis hipótesis, aunque tal vez quisiera tranquilizarme respecto a la veracidad de tales hipótesis, ya que yo me exaltaba fácilmente al tratar "mi tema". Pero consiguió lo contrario.

Durante los años siguientes sostuve correspondencia con indios especializados en el estudio del sánscrito. Contestaban amablemente a mis preguntas y me enviaban, además, fotocopias de los textos sánscritos, que yo, por desgracia, no podía leer. Sólo mi afición a coleccionar sellos sacó algún provecho de aquello. No, no acababa de tranquilizarme. Tenía que viajar a la India, a la que me impulsaban aquellos textos (p.197).


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