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Erich von Däniken: Viaje a Kiribati - extraterrestres

1. Detecciones en las islas de Kiribati

1.5. Ejemplos de mitos y dioses - y la iglesia "cristiana" destructiva destruyó todo el saber

de: Erich von Däniken: Viaje a Kiribati; Ediciones Martínex Roca, S.A.; Gran Vía, 774, 7º; 08013 Barcelona; ISBN: 84-270-0684-5

presentado por Michael Palomino (2011)


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[1.5. Ejemplos de mitos y dioses - y la iglesia "cristiana" destructiva destruyo todo el saber]

[El mito del pájaro Rupe]

Uno de los mitos centrales es el del pájaro Rupe. Atribuido a los maorí, en realidad aparece bajo numerosas variantes en otros pueblos. De acuerdo con una de las versiones Hina, una hermana de Rupe, casó con Tinirau, que se fue con la recién casada a una isla. Después de dejarla embarazada la confinó en una casa, a la que rodeó de un "escudo protector", de modo que ni Hina podía salir, ni extraño alguno entrar. Así, cuando le llegó la hora del parto nadie pudo acudir a ayudarla. En medio de su apuro, ella gritaba:

<¡Rupe! ¡Rupe! ¡Ven y socórreme!>

Pronto se oyó un gran estruendo sobre la casa y el pájaro Rupe le gritó a su hermana:

<¡Aquí estoy, Hina!>

Para llegar hasta donde estaba su hermana, el pájaro Rupe hubo de abrir primero un orificio en el escudo protector. Después del peligroso parto, Hina quiso regresar a su país por los aires; pero antes, suplicó, debía ser evacuado Tinirau y unos paisanos suyos. Ella sería la última en partir. A lo que Rupe contestó que para un transporte así necesitaría tres vuelos. Entonces los isleños se encaramaron sobre Rupe, que salió volando hacia el mar y los arrojó al agua. Hechos los tres viajes, fue a recoger a Hina y al niño. Mientras volaban sobre las aguas, Hina vio flotar cadáveres y prendas de ropa de los paisanos de su esposo, por lo que preguntó a su hermano por qué los había matado. Rupe replicó:

<Mientras vivían en su país (p.61)

te maltrataron. Estabas encerrada, y nadie acudió a ayudarte en la hora del parto. Por esto me enfurecí y los arrojé a todos al mar.>

(nota 5: Aitken, Robert, T.: Ethnology of Tubuai [Etnología de Tubuai]; Bishop Museum [museo Bishop], Bulletin núm. 70; Honolulu, 1930).

¡Extraño avión "charter" ese pájaro Rupe!

Volviendo a Kiribati, la leyenda de Te Bongiro - "la tiniebla oscura" - dice que los celestiales aterrizaron cuando la Tierra estaba todavía desierta de humanos. Antes de irse, dejaron en cada una de las islas principales a un patriarca. Son interesantes los nombres de los patriarcas de esa leyenda: Bai-matoa, Matinaba, Matiriki y todos los demás corresponden a denominaciones de estrellas y constelaciones. ¿Tal vez será esta una pista caliente para averiguar quiénes fueron los asesores en el levantamiento de las brújulas de piedra?


[Dios Maui en la isla de Raivavae en Polinesia francesa]

En la isla de Raivavae, de la Polinesia francesa, todavía hoy el antiguo templo de Te-Mahara está considerado como el punto donde aterrizó el dios mitológico Maui después de su vuelo por el espacio.

(nota 6: Buck, Peter H.: Vikings of the Pacific [gente vikinga del Pacífico]; Chicago 1972)

Algo parecido cuentan los aborígenes de Atu Ona, una isla del archipiélago de las Marquesas. Tienen allí la colina Kei Ani, considerada como templo pese a no verse en ella ninguna construcción artificial. Los primitivos polinesios llamaban a ese monte Mouna tuatinietua, "monte de los muchos dioses" o Mouna tautini-etua, que significa literalmente "monte donde aterrizaron los dioses".

(nota 7: Handy Craighill, E.S.: The Native Culture in the Marquesas [cultura de los nativos en las Marquesas]; Bernice P. Bishop-Museum [museo de Bernice P. Bishop], núm. 9, Honolulu, 1923)

En realidad no me divierte mucho el tratar de fundamentar mis hipótesis con tantos mitos y leyendas del espacio pacífico. Es demasiado fácil, porque son tan abundantes que sobra donde escoger. Por eso me limitaré a sacar algunos triunfos de mi juego: sobre el dios creador Ta'aroa, de las islas de la Sociedad, en el océano Pacífico, dicen:

<Ta'aroa estaba dentro de su concha, en la oscuridad, desde el pasado infinito.
La concha era como un huevo que flotaba en el espacio infinito.
No había cielo ni tierra, ni mar, ni luna, ni sol, ni estrellas.
Todo era oscuridad, tiniebla espesa extendida en todas direcciones.>

(nota 8: Handy Craighill, e.S.: Polynesian Religion [religión polinesia]; Bernice P. Bishop Museum Bulletin [buletín del museo Bernice P. Bishop], núm. 34; Honolulu, 1927)

Unos santones venerables del siglo pasado contaron a los etnólogos las cosas siguientes de su dios primordial Jo:

<Jo se movía en el infinito del Universo. El Universo estaba oscuro. No había agua en ninguna parte, no existía el despuntar de la aurora, ni la claridad, ni luz alguna.> (nota 8, cit)

La leyenda más antigua sobre el dios Tagaloa, de las islas de Samoa, dice esto:

El dios Tagaloa flotaba en el vacío. Él solo fue el creador de todo. Antes que él no había cielo ni tierra. Estaba absolutamente solo y dormido en la inmensidad del espacio. Tampoco había mar, lo mismo que no existía la tierra entonces. Su nombre era Tagaloafa'atutupu-nu'u, lo que viene a significar "el origen del crecimiento".

(nota 9: Andersen, Johannes C.: Myths and Legends of the Polynesians [mitos y leyendas de los polinesios]; Vermont-Tokyo 1969)


[Dios Ku-kau-akahi de Hawaii]

En Hawaii tienen, probablemente por influencia de los misioneros cristianos, un dios con triple persona: Ku-kau-akahi. Este nombre es una contracción de los que se daba a los dioses Ku, Kane y Lono. Kane fue el creador que hizo al hombre "a su imagen y semejanza".

(nota 9: Andersen, Johannes C.: Myths and Legends of the Polynesians [mitos y leyendas de los polinesios]; Vermont-Tokyo 1969)

Como era de esperar, Kane vino de las tinieblas del espacio. Las oraciones que se le dirigen alaban el lugar de donde vino y el mundo estelar:

<Las estrellas,
las estrellas intocables,
las errantes estrellas de Kane.
Incontables son esas estrellas.
Las estrellas grandes, las estrellas pequeñas,
las rojas estrellas de Kane.
¡Oh Universo infinito!
La gran luna de Kane,
el gran sol de Kane,
todos caminan en la inmensidad
del Universo.>


[La iglesia "cristiana" criminal destruyó casi toda la tradición de las leyendas sobre los dioses y gigantes de antes]

Quien interrogue hoy día a los kiribati, los maorí o cualesquiera (p.64)

otros isleños acerca de sus tradiciones, no obtendrá otra respuesta sino un gesto de perplejidad. Ya no saben nada de sus antiguos dioses. La actividad de los misioneros en la zona del Pacífico ha anegado las antiguas culturas, ha implantado las ajenas y ha prohibido la tradición oral de los recuerdos "idólatras". Lo que hoy podemos averiguar hemos de agradecérselo a los etnólogos de fines del siglo pasado y comienzos del actual, que fueron anotando con trabajo y paciencia todo lo que oían. Y debió ser un trabajo de Sísifo, como comenta el etnólogo Robert Aitken:

(nota 5: Aitken, Robert, T.: Ethnology of Tubuai [Etnología de Tubuai]; Bishop Museum [museo Bishop], Bulletin núm. 70; Honolulu, 1930)

<Era decepcionante verse obligado a constatar que la mayoría confesaban desconocer las leyendas precristianas. Prácticamente todos eran capaces de repetir salmos, o de citar largos pasajes de la Biblia, pero muy pocos pudieron o quisieron contarme algo de lo que debió ser dominio común antes de que la Biblia fuese importada.>

Así es como la trituradora del tiempo hace desaparecer una sabiduría antigua, importante, y sin duda altamente polémica. Cuando en las estúpidas guerras actuales, ciudades enteras y monumentos únicos son volatilizados a bombazos, eso es absurdo. Pero cuando testimonios importantes del pasado común son borrados del mapa con la palma de la paz entre las manos ungidas, eso es locura criminal.


[Los nativos no saben más sus leyendas más - no hay indicaciones especiales sobre los megalitos]

No puedo demostrarlo, pero estoy convencido de que las viejas tradiciones nos habrían suministrado algún indicio sobre las piedras de Arorae, si no hubiesen sido "erradicadas" esas tradiciones con tanto afán.

De modo que ahora tenemos allí cinco piedras derechas como puestas a plomada, cuyas rayas apuntan a lejanos objetivos, y ocho monolitos tumbados que sobresalen medio metro del suelo. Nunca sabremos qué tecnología sirvió a los isleños para alinear las marcas tan exactamente con unos puntos remotos del océano inmenso.

El bisoño gobierno de Kiribati no hace nada por conservar aquellas piedras. Su existencia sólo es conocida por unos pocos ancianos, que no poseen el secreto de la vida eterna (p.65).

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