Erich von Däniken:
Viaje a Kiribati - extraterrestres
5. ¿En la Tierra
Prometida?
[5.1. La llegada en Pakistán en la ciudad de
Karachi con un Range Rover en los años 1970s]
La llegada del Range Rover de Däniken con avión en
Pakistán provocó muchas problemas... (p.177)
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Mapa con Suiza y Pakistán con la ciudad de Karachi
[1]
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de: Erich von Däniken: Viaje
a Kiribati: 5. ¿En la Tierra Prometida?; Ediciones Martínex
Roca, S.A.; Gran Vía, 774, 7º; 08013 Barcelona; ISBN:
84-270-0684-5
presentado por Michael
Palomino (2011)
[5.1. La llegada en Pakistán
en la ciudad de Karachi con un Range Rover en los años
1970s]
La fe no es el principio, sino el fin de toda sabiduría.
JOHANN WOLFGANG VON GOETHE
Muchas metas tentadoras: Mohenjo-Daro en el
Pakistán, las cuevas de Kermanasha en el Irán, la ciudad
sasánida de Ardachir Khurreh, la tumba de Jesús en Srinagar.
- Odisea con mi coche. - Para qué sirven las vacas sagradas.
- Srinagar, la Venecia de Asia. - Salomón, el rey volador
entre Jerusalén y Cachemira. - ¿Murió Jesús en la cruz del
Gólgota, o en Cachemira y a edad avanzada? - En la iglesia
donde según dicen descansan los restos de Jesús. -
Descripción del encuentro con Jesús en un texto sánscrito. -
¿Hubo una explosión atómica en Parhaspur hace cuatro mil
años? - Lo que se dice en sánscrito sobre los aparatos
voladores. - Miedo en Calcuta. - Fabuloso regalo de un
estudiante hindú. - El agua, catástrofe natural. - La
revolución, catástrofe política (p.172).
[Literatura y preparaciones]
Conozco la India y el Pakistán por varias visitas breves,
demasiado breves. Por la literatura sé de la ciudad
prehistórica de Mohenjo-Daro en el Pakistán, de las pirámides
y templos destruidos en el altiplano hindú. Pero nunca estuve
en aquellas latitudes el tiempo necesario para visitar las
zonas rurales. Mis visitas anteriores se limitaban a las
ciudades fácilmente accesibles por avión. Tal vez no habría
visto jamás "el campo", a no ser por la conjunción de varias
circunstancias. Me enteré de las conjeturas acerca de la
existencia de una tumba de Jesús en la India. Una perspectiva
alarmante por cierto. Luego me escribió mi editor Ajit Dutt de
Calcuta recordándome que ya era hora de la tan anunciada
visita, y que hiciera el favor de traerle una máquina de
escribir portátil imposible de encontrar en su país.
[Dr. Kamil Botosha reporta
sobre cuevas y rocas con figuras en Irán]
En muchas oportunidades de mi vida, la suerte y la casualidad
han contribuido a decidir cuestiones cuando yo no podía o no
debía intervenir. Aún no había contestado a la carta de mi
editor hindú, cuando el correo me trajo un mensaje de Teherán.
Mi corresponsal de hace muchos años doctor Kamil Botosha me
informaba de su reciente regreso de una gira por el desierto,
que le había llevado hasta la ciudad de Kermanasha, a ochenta
kilómetros de la frontera occidental del Irán. Allí decía
haber visto cientos de dibujos en cuevas y sobre las rocas,
que le recordaron figuras de seres voladores y como de
astronautas según mis interpretaciones y las fotografías
reproducidas en mis libros (ver: Erich von Däniken: El mensaje
de los dioses, 1976). Aseguraba que las cuevas eran conocidas
sólo por los nativos, y que arqueológicamente constituían
terreno virgen. El doctor Botosha me recomendaba utilizar un
vehículo todo terreno para la visita a aquellas regiones,
salvo que tuviese ganas de viajar a lomos de camello.
Medité la cuestión. El yacimiento de Mohenjo-Daro se halla en
el Pakistán, y las cuevas tan alabadas por el doctor Botosha a
ciento cincuenta kilómetros de vuelo desde el Iraq. Sobre un
globo terráqueo todo se ve muy bonito y próximo, pero era
preciso recordar que los dos objetivos citados distan dos mil
quinientos kilómetros entre sí. Mientras estudiaba los mapas,
descubrí una cadena de puntos arqueológicamente interesantes,
sobre todo para mí, todos situados en un recorrido entre el
Pakistán y la frontera iraquí. Anoté (p.173):
[Tepe Yahya, en el valle de
Soghum en Irán]
-- Tepe Yahya, en el valle de Soghum, al sur de Irán. a lo que
parece, hace seis mil años esa ciudad era un centro del
imperio elamita, y adquirió importancia hacia el milenio
tercero a.d.C. En Tepe Yahya se han encontrado tabletas con
escritura, mucho más antiguas que las de los sumerios. En
1971, un equipo investigador norteamericano-iraní descubrió
que el lugar había sido un centro comercial hacia el 4000
a.d.C., gracias a indicios indiscutibles: los textos de las
tabletas resultaron ser albaranes de entrada y salida de
mercancías. En la colina donde se realizaron las excavaciones
se hallaron también sellos en número de varios centenares, y
fragmentos de arcilla con relieves enigmáticos. Sin duda
alguna, Tepe Yahya merecía un viaje.
[Ciudad antigua redonda:
Ardashir Kurreh]
-- A escasos cien kilómetros al sur de la actual ciudad de
Shiraz, y en la llanura de Firuzabad, se encuentra la antigua
metrópoli sasánida de Ardashir Kurreh. Es una ciudad circular
como hecha con un compás, con un diámetro de 2,16 kilómetros,
que me era familiar a través de descripciones. Ardashir
Papakan, el fundador de la dinastía sasánida, hizo dividir la
ciudad en cuatro sectores iguales por medio de dos avenidas
perpendiculares entre sí, y la consideró como una imagen del
Cosmos. En su centro se alzaba una torre de treinta metros de
alto, sin puertas ni escaleras. La utilidad de tan extraña
construcción ha sido desde siempre un misterio para los
arqueólogos. Tanta redondez me fascinaba, por cuanto me
constaba que los partos, antecesores de los sasánidas,
conocían y aplicaban la electricidad. Ya he tenido ocasión de
informar sobre una pila eléctrica de los partos, que se halla
en el museo de Bagdad (ver: Erich von Däniken: Recuerdos del
futuro 1968).
[Lugares en India]
-- La tumba de Jesús en Cachemira, las ruinas de Mohenjo-Daro,
la ciudad antigua de Tepe Yahya, la Ardashir Kurreh de los
sasánidas, las cuevas de Kermanasha: todo ello describía una
línea que podía cubrirse en un solo viaje. Tenía que ir a
verlo, pero, ¿cómo?
Complicados preparativos de
viaje
[Pistas malas en India y en
Pakistán en los años 1970s - mandar un 4x4 a India a
Karachi]
Para una expedición larga y a prueba de sorpresas se necesita
una impedimenta mucho más voluminosa que para las empresas
(p.174)
más comunes. En la India y el Pakistán, el estado de las
carreteras - salvo agradables excepciones en las cercanías de
las grandes capitales - es, cuando menos, tan malo como en los
países sudamericanos o centroamericanos en vías de desarrollo.
Fuera de las ciudades, gigantescas aldeas de Potemkin donde se
hacinan millones de personas, los devencijados automóviles
americanos, de lujo en otros tiempos, no sirven para nada. Es
indispensable un vehículo todo terreno, del género que no se
alquila en ninguna parte.
Si salgo de Suiza en mi propio coche, no bastan cuatro meses
para ir y volver. Con las estancias locales y en previsión de
posibles disturbios políticos, es necesario contar con medio
año, que en mi calendario no cabe. ¿Cómo reducir a dimensiones
tolerables el tiempo invertido en la empresa? Después de mucho
reflexionar y hacer cálculos, sólo queda una solución: he de
comprarme un Range Rover de British Leyland, enviarlo
antidipadamente por barco o por avión y salir de mi puerto de
llegada en dirección a los diferentes objetivos, para regresar
finalmente sobre cuatro ruedas bien sólidas a Suiza... una vez
cubierta la línea de mis metas.
La compra del Range Rover fue cuestión de un telefonazo. Dos
semanas más tarde lo tenía frente a mi puerta, en toda su
imponente mole. Este coche es más rápido que un Jeep y tiene
también tracción a las cuatro ruedas además de diferenciales
blocantes. Su espacioso gálibo promete gran espacio interior y
confort.
Me apoderé del manual de instrucciones y me retiré a mi
clausura. Pronto descubrí varios "talones de Aquiles" con
vistas a las travesías por montañas y desiertos. ¿Qué hacer si
falla la bomba de gasolina? En un país de tres millones
cuarenta y seis mil kilómetros cuadrados y más de quinientos
millones de habitantes, ¿se encontrará una bomba de gasolina
siempre que haga falta? ¿Será suficiente la dotación normal de
baterías? ¿Estarán protegidos los cojinetes contra el finísimo
polvo del desierto? ¿Qué seguridades ofrecen la bobina, el
filtro de aceite, la correa del ventilador y los diferentes
circuitos? Una inspiración afortunada me incitó a no hacer
caso de las burlas de mis amigos. Llevé duplicados de todo, y
además hice instalar una cabria, que llegado el caso
permitiría sacar el costoso vehículo de un terreno fangoso o
embarrado. Desde luego no entiendo cómo nos las habríamos
arreglado sin ese artefacto. A lo mejor les habría hecho un
favor a mis críticos si me hubiera perdido sin dejar rastro
(p.175).
En el siglo del turismo, es ocioso decir que todo el mundo
necesita un pasaporte para viajar por remotos países. Quizá no
sea tan sabido que un automóvil necesita igualmente una
especie de pasaporte internacional, el "Carnet de Passages"
[carné de pasajes]. Dicho carnet se entrega contra depósito de
una considerable fianza, para evitar que uno se venda el coche
en cualquier lugar. De acuerdo con la convención internacional
del 8-6-1961, la Cámara de Comercio de nuestro país nos
entrega un "carnet para la importación temporal de
equipamientos profesionales". Ya tendría ocasión de enterarme
de que las convenciones internacionales no valen ni el papel
en que están impresas.
En el parisiense aeropuerto de Orly, y antes de cargar nuestro
automóvil en un avión de la AIR FRANCE con destino de Karachi,
tuvimos que vaciar el depósito de gasolina, dejar los
neumáticos a media presión y quitar las baterías. Le rogué al
jefe de expediciones que notificase a la oficina de AIR FRANCE
en Karachi la necesidad de estacionar el Range Rover a la
sombra, para que el calor tropical no estropease los
medicamentos que llevábamos en el botiquín.
Luego acudimos a ver cómo nuestro coche, cargado a tope de su
capacidad, era trasladado a una plataforma elevadora y
desaparecía a gran altura en el compartimiento de carga del
avión.
¡Que me devuelvan mi coche!
[Falta un formulario "A"]
Dieciséis de enero. Poco antes de la medianoche aterrizábamos
en Karachi con un DC 10 de LUFTHANSA... para encontrarnos en
una atmósfera sofocante y húmeda como la de un invernadero.
Formamos cola frente a media centuria de aduaneros uniformados
de blanco. La operación de poner el sello en nuestros
pasaportes consume no poco tiempo. Hacia las tres llegamos al
hotel. Mañana por la mañana iremos a buscar el Range Rover.
Diecisiete de enero. La AIR FRANCE nos envía al hotel a un
pakistaní flaco, míster Lakmiehr, para que nos ayude con las
formalidades de la aduana. ¿Para qué, puesto que tenemos el
"Carnet de Passages" [carné de pasajes]? Inmediatamente nos
pregunta por el formulario "A". NI lo tengo, ni lo conozco. Le
enseño el Carnet.
Con gesto fatigado, míster Lakmiehr dice que eso no sirve de
nada (p.176),
y que además debimos "declarar" el automóvil ayer mismo por la
noche. Pongo en su conocimiento que el coche no ha venido con
nosotros - mi secretario Willi Dünnenberger y yo - en el avión
de pasajeros, sino que ha debido llegar días antes en un vuelo
de carga. El pakistaní opina que nuestra omisión va a tener
consecuencias desagradables. Nos acompaña al despacho de
aduanas del aeropuerto. Una vez allí, redacta a mi nombre una
instancia poco más o menos del tenor siguiente:
Ilustrísimo y excelentísimo señor Inspector jefe de Aduanas:
El abajo firmante Erich von Däniken, de nacionalidad suiza,
con pasaporte número XY expone: Que llegó la noche pasada y
(p.177)
olvidó declarar su automóvil sin demora. Lamenta sinceramente
esta omisión y suplica de la infinita benevolencia de su
ilustrísima se digne disculpar su error y facilitarle un
formulario "A".
Al cabo de tres horas conseguí un formulario "A", que rellené
en treinta segundos. Míster Lakmiehr nos acompañó a un
despacho, donde, después de aguardar bastante rato, el
formulario "A" recibió la aplicación de una estampilla. Mi
pakistaní nos hizo una seña para que le siguiéramos a otro
despacho. Allí, la primera estampilla fue corroborada con
otra. Cuando hablo de "despachos" me refiero a unas chabolas
abiertas, de cuyos techos cuelgan cansinos ventiladores, y
dotadas de una sola silla, que es justamente la que ocupa el
funcionario. Gatos cazan ratones con la ocasional aparición de
alguna que otra rata.
Enarbolando el formulario "A" como un pendón victorioso,
míster Lakmiehr enfila una calle interminable, en dirección a
un edificio que se alza al otro extremo del aeropuerto. ¿Por
qué no tomamos un taxi? Nuestro guía se limita a señalar con
un gesto el lejano edificio, castigado por un sol abrasador.
Mi humor alcanza un punto agrio, y no me lo callo. ¡Detrás de
su mostrador, el funcionario sonríe! Después de disculparse en
floridos términos, pide una silla, inspecciona mi pasaporte,
me hace firmar y me entrega las llaves de mi coche. ¡Al fin!
Mi humor mejoró algo, creyendo haber llegado al fin de la
odisea.
[Preguntas para el sentido y
el viaje siguen bloqueando el coche 4x4]
Míster Lakmiehr inició una nueva peregrinación.
-- ¿Para qué? ¿Adónde vamos? - inquirí.
Tranquilo como una balsa de aceite, mi consejero me informó de
que hallándose el coche en el depósito de aduanas, se
necesitaba un vista para poderlo despachar. Regresamos en
sentido contrario y en diagonal por toda la extensión del
aeropuerto. Un rostro moreno y sonriente nos asegura que se
encargará del asunto, pero que hoy es tarde ya. Emprendemos el
retorno de veinticinco kilómetros hasta el hotel. Nuestros
labios vomitan maldiciones.
Dieciocho de enero. Nos presentamos en el aeropuerto a las
nueve en punto. Míster Lakmiehr agita en el aire un legajo de
formularios, asegurando que le han tenido ocupado toda la
noche.
-- ¿Dónde está mi coche? - pongo fin al autobombo.
El míster nos invita a seguirle hasta un cobertizo gigantesco.
Ya (p.178)
desde lejos diviso la inevitable e interminable cola de
personas. Sin hacer caso, me voy derecho hacia el primer
mostrador.
-- Usted perdone, pero vengo de muy lejos y he de continuar
viaje. Se han cumplimentado todas las formalidades. Aquí está
el formulario "A", aquí el carnet...
El hombre de blanco sonríe.
-- Los carnets no se visan en el aeropuerto, sino únicamente
en los puestos de carretera o en los puertos de mar. Verá
usted, ¡normalmente los coches no llegan por avión!
Si no estuviese ya sudando por todos los poros, al escuchar
estas palabras me habría puesto a sudar como un negro.
En compañía de un silencioso y malhumorado míster Lakmiehr,
Willi y yo emprendimos una travesía de hora y media a través
de Karachi, en dirección al puerto. El despacho de aduanas era
una nave inmensa, una oficina de gran superficie con cien
escritorios y cien empleados. Bajo el techo zumbaban - tuve
tiempo de contarlos - cuarenta y un inútiles y paralíticos
ventiladores. ¡Allí nadie había visto jamás el "Carnet de
Passage" internacional! Con el calor de la desesperación,
levanto la voz para hacerme oír en aquella babel de voces.
-- ¿Hay aquí algún encargado de los "Carnet de Passages"?
El efecto es enorme. De pronto se hace un absoluto silencio.
Todos aquellos señores interrumpen su trabajo y se quedan
mirándome. Allá al fondo, en un rincón, se ha puesto en pie un
tipo calvo y con gafas.
-- ¿Es usted el responsable? - le grito.
A lo que parece, tiene un miedo terrible. Paso de la ira a la
amabilidad, intento persuadirle, le ruego que vuelva a tomar
asiento, le explico en tono de máxima dulzura que estoy
buscando mi coche desde hace dos días y no tengo ganas de
seguir interviniendo en esta comedia. El calvo se pone serio:
-- ¡Dentro de dos horas lo tendrá delante del hotel!
Está visto que no hay como tropezar con el hombre adecuado. Se
le entregan a míster Lakmiehr tres formularios más y se le
explica que debe ir al hangar para la inspección del vehículo,
y regresar luego con los formularios para el despacho
definitivo.
Míster Lakmiehr asegura que ahora sólo se necesita un
funcionario que inspeccione el automóvil, después de lo cual
podremos (p.179)
regresar al puerto. Cruzamos otra vez la ciudad, llegamos al
mismo cobertizo. Me dirijo alegremente hacia el calvo:
-- Voilá! [aquí es]. He aquí el formulario "A", he aquí los
otros tres formularios. ¡Ponga el sello, hágame el favor!
Observo lo nunca visto: la calva frente se ha cubierto de
arrugas. No, asegura el timorato, eso de poner el sello no
puede hacerlo él. Es potestad reservada al inspector. Fustigo
a míster Lakmiehr con una de mis más venenosas miradas.
-- ¿Dónde está su coche? - pregunta el inspector de aduanas
del edificio cuatro.
-- En un hangar - le participo.
El inspector replicó que lo sentía mucho, pero que allí él no
tenía jurisdicción. El hangar dependía de una policía propia.
y la policía del hangar nos envió a otra ventanilla: mi coche
dependía del despacho de mercancías sito en el tinglado número
siete. Allí me darían un "volante de salida" y con eso ya -
¡ya mismo! - podría llevarme el coche conduciéndolo yo mismo.
Tinglado siete. Discusión entre vistas de aduanas. Me acerco a
un grupo:
-- Señores, aprecio sobremanera la hospitalidad de su país,
pero esto es más de lo que mis nervios pueden soportar.
¿Alguno de ustedes sabe lo que es un "Carnet de Passage"?
Encogimiento general de hombros. Presento el montón de
formularios y suplico la imposición del último, del decisivo
sello. Uno de los uniformados de blanco me acompaña al hangar.
¡Por fin logro divisar mi Range Rover! A dos metros de altura
sobre mi cabeza, calzado y atado todavía sobre su plataforma.
El inspector menea su cabeza llena de reglamentos.
-- ¡Hay que bajar el coche! ¿Cómo quiere que lo inspeccione?
-- Todos los datos que necesita usted figuran en el carnet -
objeto.
-- ¿Puede usted demostrar que corresponden con los del
vehículo?
Escalo la plataforma con el carnet en la izquierda.
Ocultándome a sus miradas, voy leyendo todos los datos del
carnet, pero entreteniéndome un poco, como si los buscara en
el vehículo mismo. El vista se limita a echar una breve ojeada
hacia arriba y estampa su garabato sobre los formularios.
Asunto arreglado (p.180).
Pregunto al personal del tinglado quién se encarga de las
maniobras. Me envían a una caseta, donde encuentro a un
individuo durmiendo. Le despierto con las mayores
consideraciones y pongo en su conocimiento que me voy al
puerto a buscar el "volante de salida". Que mientras tanto
tenga la amabilidad de bajar el automóvil, que sabré
recompensarle por las molestias.
[Aduanas]
Nueva travesía de Karachi. Entro en el despacho de aduanas y
me dirijo a mi conocido el calvo.
-- ¡Ya está! ¡He aquí todos los formularios! Están todos los
sellos y todas las firmas.
Mi interlocutor sonría y me ofrece asiento. Que tenga la
amabilidad de aguardar dos minutos... Ya no tenía importancia.
Aguardé dos horas. Sobre las siete de la tarde me devolvieron
sellado el "Carnet de Passages".
Míster Lakmiehr intervino para decirme en voz baja que ya no
tendría objeto regresar al aeropuerto. Fue la única
contribución de mi ayudante durante toda una jornada en busca
de estampillas oficiales.
[El "Gate-Pass" (pasaporte
para pasar la puerta de cargo del aeropuerto]
Diecinueve de enero. A las ocho de la mañana nos despierta un
míster Lakmiehr lleno de optimismo. Todo arreglado; ahora sólo
falta el "Gate-Pass". ¿Qué es eso?, pregunté lleno de sombríos
presentimientos. El tinglado está separado de la calle por una
barrera, me tranquiliza míster Lakmiehr, guardada por
soldados. Se necesita el "Gate-Pass" para poder atravesarla.
Por la tarde, y en vista de que no se encontraba a nadie
dispuesto a entregarme el maldito pase en cuestión, dije que
me iba al tinglado para ponerme al volante y hacer saltar la
barrera a toda marcha. Míster Lakmiehr, que a estas alturas me
creía capaz de todo, me suplicó que no lo hiciera, que
dispararían contra mí, y que eso le crearía dificultades con
la AIR FRANCE, por cuyo encargo estaba él a mi servicio. Me
encaminé al hangar.
El Range Rover aún estaba sobre la plataforma. Solicité mano
de obra, prometiendo una espléndida retribución. Después de
conferenciar largamente, tres hombres empezaron a soltar las
correas con notable parsimonia. A las cinco, las ruedas
tocaban al fin el suelo.
[Falta gasolina, baterías
desmontadas, a los neumáticos falta aire]
En ese instante se me cayó la proverbial venda de los ojos: el
depósito no tenía gasolina, las baterías estaban desmontadas y
los neumáticos medio deshinchados. ¡Nuestros desgraciados
preparativos (p.181)
de Orly! Llamé a un taxista para que fuese a comprar un bidón
de gasolina; luego saqué las herramientas y me puse a montar
las baterías, mientras Willi hinchaba los neumáticos. El
taxista regresó a las siete, hora a la que cerraba el
aeropuerto. Podíamos olvidarnos de nuestra intención de salir
aquel día.
[El "Gate-Pass" 02]
Veinte de enero. En el aeropuerto a las ocho de la mañana.
Pregunté a míster Lakmiehr:
-- ¿Trae usted el "Gate-Pass"?
No, murmuró el interrogado; tal documento sólo podía ser
otorgado por el director del aeropuerto, a quien no se podía
localizar los fines de semana. Pero, ¡cómo! ¿Estábamos ya en
sábado?
-- ¿Dónde vive el director?
La pregunta hirió al pakistaní en el corazón. Se trataba de
una autoridad muy importante; sería preciso aguardar al lunes.
Con ayuda de recursos contantes y sonantes, obtuve la
dirección del todopoderoso. Después de una carrera de unos
treinta kilómetros en taxi, nos personamos ante una quinta
rodeada de magnífico parque. Una figura femenina envuelta en
un velo nos dijo que el señor director estaba ausente.
-- Bien, pues esperaré en el parque hasta que regrese.
Al cabo de un rato salió un muchacho para tratar de poner fin
al asedio. Le regalé tres de mis libros en edición inglesa y
le solicité poder entrevistarme durante dos minutos con el
amo. Fui recibido, describí mis cuatro jornadas de lucha por
el automóvil, y supliqué una firma en el "Gate-Pass" a fin de
poder recuperar mi propiedad, mi libertad y, por encima de
todo, el empleo de mi precioso tiempo. El director se apoderó
del papel, trazó sobre el mismo un misterioso garabato
sirviéndose de un rotulador verde, y me lo devolvió sin
pronunciar palabra. Tal vez había hecho voto de no hablar los
fines de semana.
Míster Lakmiehr contempló con asombro y reverencia los signos
del poderío directorial.
¡Uf! Al fin sentado en mi coche, emprendí la huida de aquel
infierno administrativo. Llegué hasta la barrera. El soldado
de guardia quiso averiguar en qué consistía la carga del
vehículo. Fingiendo gran preocupación por su porvenir
personal, le aconsejé que no pusiera pegas, porque la salida
había sido firmada por las más altas instancias. El soldado se
metió en la caseta y la barrera se alzó automáticamente
(p.182).
Libres al fin, después de visitar veintitrés oficinas para
conseguir veintitrés firmas, y de recorrer en taxi más de
trescientos kilómetros (p.183).