Erich von Däniken:
Viaje a Kiribati - extraterrestres
5. ¿En la Tierra
Prometida?
[5.6. Templos explotados:
Parhaspur y Mohenjo Daro]
Parhaspur en India, restos de una pirámide
(p.207)
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de: Erich von Däniken: Viaje
a Kiribati: 5. ¿En la Tierra Prometida?; Ediciones Martínex
Roca, S.A.; Gran Vía, 774, 7º; 08013 Barcelona; ISBN:
84-270-0684-5
presentado por Michael
Palomino (2011)
[5.6. Templos explotados en India: Parhaspur y
Mohenjo Daro]
[1. El templo Parhaspur con
piedras perfectas como en Cuzco, destruido - como hubiera
sido una bomba]
¿Una explosión atómica hace
cuatro mil años?
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Parhaspur, restos de
una pirámide (p.207)
Däniken:
<En el centro
de Parhaspur se alzan los restos de una pirámide
que recuerda a las pirámides maya de la selva
centroamericana. ¿Acaso fueron obra de los mismos
constructores?> (p.207)
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El profesor Hassnain nos mostró los restos del templo de
Parhaspur, un campo de ruinas totalmente destruidas en un
radio de varios kilómetros.
Se distinguen con claridad los niveles aterrazados de la
antigua (p.207)
edificación, en una técnica de trabajo de la piedra y
construcción que me recordó inmediatamente los bloques
superpuestos de los templos incaicos de Sudamérica, por
ejemplo los de las proximidades de Cuzco, en el Perú [la
planta de Sacsayhuamán]. Como allí, los bloques de piedra
parecen cortados de la roca sin dificultad;
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Cachemira,
un campo de ruinas (p.213)
Däniken indica:
<En muchos lugares de Cachemira
tropezamos con fragmentos de roca
misteriosamente trabajados, ¡lo mismo
que en Sacsayhuamán, cerca de Cuzco!
Nadie sabe cómo se explican estas
coincidencias milenarias.> (p.213)
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Parhaspur,
elemento de construcción, primer plano (p.208)
Däniken comenta la
foto:
<Entre
Cachemira y Bolivia hay 18.000 kilómetros a
vuelo de pájaro. y sin embargo esta losa está
trabajada lo mismo que las de Puma Punku [en
Tiahuamán].> (p.208)
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como allí, se encontró la manera de allanar los problemas de
transporte; como allí, se impone la impresión de una
destrucción explosiva y total, difícilmente atribuible a la
obra de los milenios que han pasado sobre esas piedras.
Después de haber visto los cuadros de destrucción que, por
desgracia, nos sirve la televisión a diario tras los
bombardeos en los diferentes campos de hostilidades de
nuestros días [1980s], uno no imagina destrucciones
comparables a la de Hiroshima si no es por acción de
explosiones. Si se sitúa uno en el centro del yacimiento y
mira alrededor, se observa que los miles de fragmentos de
piedra guardan distancias aproximadamente iguales respecto de
dicho epicentro.
Las leyendas sobre los "dioses" y sus armas terribles me son
familiares como la tabla de multiplicar. Por eso, la idea de
una destrucción enviada desde el aire no tiene nada de absurdo
para mí (p.208).
[2. El templo de Mohenjo Daro
también es destruido como hubiera sido otra bomba]
Los indicios se acumulan
En 1979 aparecía en Italia la obra "2000 A.C. Distruzione
Atomica", del inglés nacido en la India David W Davenport:
Destrucción atómica dos mil años antes de Jesucristo.
Davenport asegura tener pruebas de que uno de los centros más
antiguos de la historia de la civilización humana, Mohenjo
Daro - uno de los objetivos de mi viaje - fue aniquilado por
una explosión atómica. Mohenjo-Daro se sitúa trescientos
cincuenta kilómetros al norte de Karachi, en el actual
Pakistán y al oeste de Sukkur del Indus. Davenport demuestra
que el campo de ruinas, llamado por los arqueólogos "ciudad de
la muerte", no se formó por acción destructiva gradual.
Mohenjo-Daro tiene más de cuatro mil años de antigüedad, y en
principio estaba emplazada sobre dos islas en el curso del
Indus. Davenport señala en un radio de un kilómetro y medio
tres niveles (p.212)
distintos de destrucción, partiendo de un centro y de dentro
afuera. En el centro, la destrucción fue total, y acompañada
de una elevada temperatura: miles de masas de distintos
tamaños, llamados por los arqueólogos las "piedras negras",
resultaron ser trozos de vasijas de barro, fundidos bajo la
acción de un intenso calor. Debe excluirse la posibilidad de
una erupción volcánica, pues ni dentro de Mohenjo-Daro ni
alrededor de ella se encuentra lava solidificada ni ceniza
volcánica. Davenport supone que el breve e intenso calor debió
alcanzar los dos mil grados centígrados, suficientes para
fundir vasijas cerámicas.
En el extrarradio de Mohenjo-Daro se encontraron, según David
W. Davenport, esqueletos humanos tumbados en el suelo, a
menudo (p.213)
tomándose de las manos, como si en vida les hubiera
sorprendido una súbita catástrofe.
También en Mohenjo-Daro, y pese a las oportunidades
interdisciplinarias, la arqueología sigue utilizando sólo sus
métodos tradicionales. Que lo haga, pues ellos le valieron los
éxitos que ha tenido. Ahora bien, si se descarta de antemano
la existencia de aparatos voladores y la explosión nuclear
como origen del campo de ruinas, nunca se emprenderá una
investigación en equipo con físicos, químicos, metalúrgicos,
etcétera. Es un telón de acero que encierra tan a menudo los
lugares importantes de la Historia de la humanidad, que no
puedo evitar la sospecha de que aquí se trata de impedir el
descubrimiento de algo sorprendente y que compromete el
edificio intelectual existente. ¿Es que una explosión atómica
hace cuatro mil años no les cabe en el esquema? Después del
informe Davenport, Mohenjo-Daro me atrae todavía más, por
cuanto lo averiguado hasta ahora me parece que es sólo la
mitad de la verdad (p.214).