Erich von Däniken:
Viaje a Kiribati - extraterrestres
5. ¿En la Tierra
Prometida?
[5.9. Pakistán: El "templo
de oro" y el río Indus]
de: Erich von Däniken: Viaje
a Kiribati: 5. ¿En la Tierra Prometida?; Ediciones Martínex
Roca, S.A.; Gran Vía, 774, 7º; 08013 Barcelona; ISBN:
84-270-0684-5
presentado por Michael
Palomino (2011)
[5.9. Pakistán: El "templo de oro" y el río Indus]
Objetivo: Mohenjo-Daro
Sacando partido de la experiencia adquirida, emprendimos la
marcha desde Srinagar a las cuatro de la madrugada. A esa
hora, las caravanas de viajeros aún están acampadas junto a la
carretera. Durante cien kilómetros pudimos avanzar sin
problemas; luego empezaron a despertar los nativos y demás
durmientes como vacas, camellos, perros y cabras, y los
autobuses y camiones empezaron a pasar, circulando con menos
contemplaciones que los tanques en una refriega. A partir de
este gran despertar, hubimos de seguir a cuarenta por hora, lo
que nos hizo invertir ocho horas para los trescientos
cincuenta kilómetros restantes hasta Jammu.
Esta capital del Estado de Jammu-Cachemira fue antaño la
residencia de invierno de los maharajás de la India
septentrional, donde hoy invernan aprovechando el agradable
clima - 403 metros sobre el nivel del mar - los funcionarios
de Srinagar. Es difícil recordar alguna característica
especial de una ciudad india: todas rebosan de gente, todas se
ahogan en una circulación caótica, todas están inundadas de
porquería y dominadas por sus esqueléticas vacas.
Aprovechando un tramo llano hasta Amritsar, quisimos pisar el
acelerador para recuperar el retraso y tener ocasión de
visitar el famoso "Templo de oro", que es el principal
santuario de los sijs, secta religiosa que tiene unos ocho
millones de fieles. Fundado por gurus en el siglo XVI, se
halla también el lago "Inmortalidad", que (p.218)
no otra es la traducción de Amritsar. ¿Cómo puede una ciudad
expresar en su nombre la pretensión de inmortalidad? Aquí ha
debido ocurrir algo inescrutable, pues bajo la cúpula dorada
del templo existe también un "trono de Inmortalidad". Bajo
dicha cúpula residen también los pontífices de la religión
sij.
[Un reventón y cambiar la
llanta en el calor - y buscar una bomba]
Nuestro poderoso Range Rover elige esta oportunidad para
demostrarnos que ni siquiera él es inmortal: el neumático
posterior izquierdo entrega todo su aire a la atmósfera. Es
mediodía, high noon [actividad intensa]. La calle está
incandescente. Ni una sombra, ni una nube en el cielo.
Desenterramos la rueda de repuesto bajo las montañas de
equipajes, figurándonos que la cosa estaría arreglada en un
momento. Al retirar el gato, la rueda recién colocada presenta
una anchura alarmante. Habíamos olvidado inflarla después de
haberle quitado la mitad del aire para el transporte aéreo. La
bomba de pedal, en cuyo uso fuimos turnándonos entre jadeos y
sudores, no conseguía hinchar el neumático. Sin duda, la
habíamos castigado demasiado en el aeropuerto de Karachi y
estaba averiada.A marcha lenta, como si persiguiéramos un
caracol, nos dirigimos a la gasolinera más próxima.
-- "Do you have air?" [tiene aire] - pregunto, pero aquí el
inglés sólo lo entienden las clases superiores.
En momentos así se recurre a la gesticulación que fue
patrimonio de los hombres primitivos. Imito el movimiento de
una bomba, hincho los carrillos y hago pico con los labios,
soplando a través de ellos. No, aquí no hay aire, contestó el
encargado de la gasolinera mediante gestos no menos cómicos.
En general, el servicio de aire no figura entre los que
prestan las gasolineras en la India. Tostados por el sol, nos
arrastramos hasta Lahore. Anochecía ya cuando llegamos a un
taller, donde un chico de nueve años infló la rueda de
repuesto y puso hábilmente un parche a la cámara pinchada.
[Más aventura con un río
Indus - puentes intransitable]
En el mapa, la carretera de Lahore a Sukkur vía Multan aparece
como una línea roja, por consiguiente hemos de suponer que
está asfaltada. Desde Lahore hasta Mjultan, la línea roja
cumplió lo prometido, pero el resto fue terrible. Rogué a un
guardia que nos indicase el mejor camino para Sukkur.
Los asiáticos son personas de buenos sentimientos. Cuando no
pueden envolver una mala noticia en palabras de cortesía, se
les entristece todo el semblante. Lo que el policía hubo de
comunicarnos (p.219)
se hallaba en proporción con la melancolía de su expresión: a
sólo treinta y dos kilómetros de Multan, junto al poblado de
Muzaf-fargarh, pasa el río Indus. En contra de sus hábitos
anuales acostumbrados, el cielo acababa de abrir sus
compuertas. El tiempo estaba loco. Mientras nosotros tomábamos
el sol en Srinagar, en los valles el agua bajaba a raudales
indescriptibles. Mohenjo-Daro, situada más al sur y más allá
de la otra orilla del río, era ya inalcanzable. El guardia,
que hablaba un inglés pasable, consultó con algunos congéneres
y nos aconsejó que nos dirigiéramos al sur, para cruzar por la
presa de Alipur.
La riada corrió más que
nosotros
Hay que inclinarse ante las fuerzas de la naturaleza y poner
al mal tiempo buena cara. Así que enfilamos hacia Alipur, en
dirección contraria a la de nuestro objetivo. La presa, sin
embargo, ya está anegada y las aguas cubren los puentes del
otro brazo del Indus, por lo que nos aconsejan que vayamos
trescientos veinte kilómetros al norte, ya que la presa de Dera Ismail Khan
todavía es viable. Es un rodeo gigantesco, pero ¿qué remedio
nos queda?
El cuentakilómetros marcaba ya bastantes más que los
trescientos veinte kilómetros anunciados cuando la carretera
empezó a estrecharse, muriendo al fin en un camino embarrado.
De la presa, ni rastro. En un poblado sin nombre nos dicen que
también Dera Ismail Khan ha sido tomado por las aguas, pero
que nos demos prisa, que a sólo ciento cuarenta kilómetros más
abajo, es decir en sentido opuesto, tenemos todavía intacta y
viable, según las últimas noticias, la presa de Taunsa. La presa
de Taunsa es una obra enorme, con pistas de hormigón sobre las
que pueden pasar hasta los tanques. Por desgracia, se
olvidaron de construir los caminos de acceso.
Son las seis de la tarde, Llevamos dieciséis horas al volante
y ahora esperamos poder continuar sin problemas hasta Sukkur.
Como dice el inteligente Shakespeare,
<la esperanza muchas veces es un perro de caza que ha
perdido la pista.>
[Pasar por un río]
Muy cierto. Después de haber adelantado una caravana de
camiones y autobuses, el Range (p.220)
Rover ha de detenerse ante otro río. La carretera inundada
termina en el fango. Pero, ¿para qué tenemos un vehículo con
tracción a las cuatro ruedas y una cabria? Veamos ahora para
qué sirve la tecnología. Willi se calza unas botas altas de
goma y se apea. Andando con las piernas separadas como un
marino sobre la cubierta batida por la marejada, nos precede a
la luz de los faros, vadeando la sopa borbollante y
amarillenta para que yo pueda medir en sus largas piernas el
nivel del agua. Le sigo con el cambio de marchas en reducción
y con los diferenciales puestos, notando un fango jabonoso y
resbaladizo bajo las ruedas. ¡Sobre todo, nada de detenerse!,
pienso. Al cabo de unos minutos que discurren lentos como
horas, hemos conseguido llevar el coche al otro lado del río.
¿Eureka! La he hallado, la orilla salvadora. ¿Qué fue lo que
había hallado Arquímedes cuando exclamó eureka? Creo que
saludó con esa exclamación de alegría el (p.221)
descubrimiento del empuje hidostrático. Aquí habría tenido
motivo para gritar eureka dos o tres veces.
[Llegada en Dera Ghazi Khan]
Aunque ha anochecido, nos proponemos continuar. En la primera
encrucijada nos detienen y nos informan de que todas las
carreteras a Sukkur están bloqueadas, y los puentes cortados.
Con esta información se nos agotaron las energías cerebrales y
corporales. Estábamos acabados. Llenos de resignación,
entramos lentamente en la aldea de Dera Ghazi Khan. Alrededor
de hogueras encendidas al borde del camino, y a la luz de
lámparas de aceite, los comerciantes ofrecen frutas y
verduras, pero, contra todo sentido comercial, nos contemplan
con gran hostilidad y apenas se avienen a darnos
explicaciones.
[Hotel Shezan y noche corto
por choros]
Un joven de aspecto poco tranquilizador nos recomienda en un
inglés fragmentario el hotel Shezan, como mejor alojamiento
del lugar. El Shezan se presenta sucio y lleno de piojos y
chinches, con una cafetería repugnante y un patio interior
provisto de una fuente que no ha manado agua desde hace
siglos. Un pakistaní que habla perfectamente el inglés y se
mantiene algo apartado de los demás nos advierte en voz baja
que tengamos cuidado, que no sería la primera vez que hayan
saqueado a unos viajeros, y que la autoridad no tiene aquí
ninguna fuerza, pues la población observa una ley del silencio
como la de la mafia.
Pedí permiso para estacionar el Range Rover en el patio
interior. Sin cambiarnos nuestras embarradas ropas, nos
dejamos caer sobre los sucios catres, muertos de sueño.
Despertamos de un sueño inquieto. En el patio se oye un
arrastrar de cadenas, se distingue una voz. A la desabrida luz
de la lámpara de carburo vemos a cuatro hombres que
inspeccionan nuestro coche. No será por interés hacia la
técnica occidental.
Bajamos al patio y, fingiendo más valor del que tenemos, nos
apostamos junto a la pared, mirando con desplante a los
desconocidos. El bolsillo de mi sahariana, abultado por la
linterna, podía pasar por contener una pistola. Willi se
colocó a mi lado con los brazos cruzados, esgrimiendo en la
derecha un bote de "spray" lacrimógeno que una inspiración de
última hora nos había hecho comprar. Asomaban de entre la
oscuridad otros personajes en los que no habíamos reparado
hasta entonces. Después de parlamentar con los cuatro del
primer grupo, lanzaron miradas torcidas al bulto (p.222)
de mi chaqueta y el bote de Willi, y la banda se retiró. Nos
pusimos en marcha sin demora, sospechando que iban a buscar
refuerzos. La noche había sido muy corta.
[Construcción de carreteras
en Pakistán]
El que la carretera de Sikkur estuviese intransitable no nos
extrañó demasiado. Construyen las carreteras como en tiempos
de María Castaña. Traen montones de pedruscos sobre carretas
de bueyes, y unos paquistaníes se dedican a romperlos con
mallos. Luego esparcen la grava sobre el suelo, sin
aglomerante ni firme de ningún tipo. La delgada capa de
alquitrán que echan después, naturalmente, no impide que todos
los años el Indus se lleve la carretera. En este país, una
verdadera ayuda para el desarrollo sería enseñarles la técnica
de construcción de caminos, pero sin maquinaria, pues ésta
sólo serviría para condenar al desempleo a aquellas pobres
gentes.
[Otro reventón]
San Cristóbal, el patrón de los conductores, nos negó sus
bendiciones. El segundo pinchazo nos pilló en medio del agua.
Otro golpe del destino. La parda sopa del Indus llegaba hasta
el cubo de la rueda. Como san Cristóbal, en todo caso, bendice
pero no echa una mano, nos pusimos a chapotear con el gato por
entre las aguas turbulentas. ¿Por qué no tienen los
automóviles una bomba hidráulica que funcione a toque de
pulsador? En cualquier avión, los chalecos salvavidas se
inflan automáticamente tirando de una válvula. "Introduzca el
brazo del gato en el alojamiento previsto bajo el piso..."
¿Por qué los gatos levantan el coche tan poco? ¿Por qué
suponen los constructores que las averías han de ocurrir
siempre sobre suelo firme? Como no han visto funcionar sus
coches sino en las pistas de pruebas, no tienen ni idea de la
infinidad de situaciones en que suelen perder el aire los
neumáticos. Si yo fuese técnico, sabría cómo ganar aún
millones con una patente, ahora que la cremallera ya está
inventada: con un gato para automóviles que preste servicio en
cualquier coyuntura.
[Llegada a Sukkur -
Mohenjo-Daro queda inaccesible - Irán inaccesible por la
revolución - regreso a Suiza]
En Sukkur, adonde llegamos al fin después de mucha odisea, un
oficial del ejército pakistaní nos explicó que no podríamos
continuar hacia el sur, porque toda la región estaba inundada
y tardaría semanas en drenarse el agua; sólo entonces se
podría empezar a reparar las carreteras. Mohenjo-Daro, la
"ciudad de la muerte", no quería recibirnos. Dejamos a nuestra
izquierda el siniestro e inaccesible lugar (p.223).
En la línea de nuestro viaje quedaba todavía el yacimiento
arqueológico de Tepe Yahya; quedaba la ciudad circular de los
sasánidas, Ardashir Khurreh; quedaban las cuevas de
Kermanasha. Por tanto, había que continuar hacia Persia...
Pregunté al oficial si estaba expedita la carretera de Sukkur
a Quetta y si de ahí se podía pasar al Irán. El militar me
contempló con asombro:
-- "¿Adónde quieren ir?"
-- "¡A Persia!"
-- "¿Es que no leen los periódicos?"
Caí de pronto en la cuenta de que desde nuestra llegada a
Karachi no habíamos hojeado un solo periódico. Nuestro
programa ocupada todas nuestras horas y minutos.
-- "¿No escuchan las noticias?"
El oficial no se hacía cargo de que éramos extranjeros: ¿cómo
íbamos a oír las noticias en un idioma para nosotros
desconocido? Con laconismo militar, agregó:
-- "Todos los pasos fronterizos con Irán están cerrados. ¡En
el país se ha declarado la revolución! ¡Acompáñenme!"
Le seguimos hasta su sencillo despacho junto a la carretera.
Habiendo servido a las órdenes de los ingleses, aún tenía la
costumbre de leer el "Times". Se dirigió a una estantería y
sacó un montón de ejemplares atrasados.
-- "¡Tomen! ¡Pónganse al día!"
<MANIFESTACIONES CONTRA EL
SHA EN SHIRAZ
GRAVES CHOQUES TRAS LA SALIDA DEL SHA
EL AYATOLLAH JOMEINI ANUNCIA SU REGRESO
LAS TROPAS OCUPAN EL AEROPUERTO DE TEHERÁN
LOS MILITARES ABREN FUEGO CONTRA LOS MANIFESTANTES
TRIUNFAL LLEGADA DE JOMEINI A TEHERÁN
GUERRA CIVIL EN IRÁN - LA CAPITAL EN PODER DE LOS REBELDES
ASALTO A LA EMBAJADA EUA EN TEHERÁN
REVOLUCIÓN EN IRÁN - TODAS LAS FRONTERAS CERRADAS>
Titulares del "Times". El número más reciente contenía lo que
acababa de decirnos el oficial, y era del 20 de febrero
(p.224).
¡Después de las catástrofes de la naturaleza, las de la
política! Era preciso abandonar, regresar al puerto de
Karachi, que conocíamos demasiado bien. El calvo nos sonrió al
vernos. Con cierto sarcasmo, me pareció a mí.
-- "¿Sabes qué nos ha fallado? - preguntó Willi tras largas
horas de desmoralizado silencio. Lo pensé unos momentos.
-- "¡La suerte!" - respondí.
-- "No, los cuatro días perdidos al llegar, en Karachi, y los
tres días de odisea a través de la inundación...
Una semana antes, efectivamente, y habríamos podido entrar en
Persia. Pero allí nos habría atrapado la revolución que, como
habíamos leído en los periódicos, no se caracterizaba por su
buena disposición hacia los extranjeros.
-- "No, si en el fondo aún hemos tenido suerte" - dije -.
"Además, ¡volveremos!"
Sin prisas ya, gracias a la doble intervención de fuerzas
superiores, cargamos nuestro Range Rover a bordo de un barco,
en el puerto de Karachi. Con la ayuda de nuestro conocido el
calvo, todo se hizo barato y sin dificultades. A fines de
abril recibimos una carta de Suiza: nuestro fiel automóvil nos
esperaba en el depósito de aduanas de Venecia (p.225).